sábado, 13 de octubre de 2007

Tributo a Fernando González Marabolí (1927 - 2006)

La cueca ha sido zapateo, guitarras y ruedas de cantores, pero también la teoría de una expresión cultural que quizás nadie en Chile investigó con el rigor y afecto de Fernando González Marabolí, un hombre al que al ambiente cuequero nunca dejó de llamar “maestro” y que falleció el pasado sábado 23 de septiembre, a los 79 años de edad.
El aporte de González Marabolí a la difusión y teoría de la cueca es probablemente inabarcable, pero dejó en un libro sus señas más conocidas: Chilena o cueca tradicional es la investigación que en 1994 publicó el musicólogo Samuel Claro Valdés, y que hasta hoy es considerada la principal edición escrita sobre el género. Su subtítulo incluye la advertencia: "de acuerdo a las enseñanzas de don Fernando González Marabolí", y recupera lecciones sobre las técnicas vocales, instrumentales y de interpretación que caracterizan a la cueca. Citamos a continuación un extracto:
"El cantor tradicional vive sólo para la cueca, ya que interpreta con responsabilidad, tal vez sin temor de equivocarse, el arte más serio y delicado en el cantar de América. Cuando la gente escucha a los verdaderos cantores, dicen los que no saben que 'tiene voz natural', y en verdad que tienen toda la razón, pero la naturalidad que la rige pertenece a un científico adiestramiento de la voz. No es llegar y cantar a la que te criastes, sino que que equivale a decir que imita las leyes que rigen el universo y a la naturaleza, por eso es que se guía por leyes naturales. Pero todo lo que brilla no es oro: el estilo no se aprende de la noche a la mañana y sin el consejo de los viejos cantores. Están constantemente ensayando, nunca están conformes ni con ellos mismos, porque todo lo árabe es una lucha hasta con uno, tarareando las melodías con recovecos de sube y baja, hasta que forman un cachañeo gorgoreado en la voz gritada. Son años de aprendizaje, de pulimiento y conocimiento, de pasar metidos en los 'lotes', para impregnarse, contagiarse y meterse hasta en la sangre el ritmo cuequero. Es en los 'lotes' donde se aprende a cantar y a bailar mirando, donde se memoriza el vasto repertorio de de versos y melodías, porque nada está escrito. Este modo de canto nace de casi vivir en la teoría y en la práctica, y es también donde se aprende toda la gimnasia vocal que se hace para sacar la voz gritada y entonada".
Fernando González Marabolí había nacido en Santiago en 1927, y creció entre poetas y cantores de cueca del puerto de Valparaíso. La cueca era una presencia viva en su familia, y a ella se fue apegando sin ninguna instrucción formal, pues todo su conocimiento fue fruto de la experiencia y el autodidactismo. La vida se la ganó como matarife. Su capacidad de relacionar el folclor chileno a disciplinas tales como la filosofía, la historia universal, las culturas vernáculas y hasta la astronomía fue, siempre, sorprendente.
Junto a Nano Nuñez, recibió en mayo del año pasado el Premio a la Cueca Chilena Samuel Claro Valdés, de parte de la Corporación de Patrimonio Cultural de Chile y la Universidad Católica. Poco antes, varios cuequeros le habían rendido un homenaje como “leyenda de la cueca”, en una cena bailable que hacia noviembre del 2004 reunió en un restaurante de calle San Diego a Los Afuerinos, María Esther Zamora, Mario Rojas, Los Porfiados de la Cueca, Los Tricolores, Los Chinganeros y Daniel Muñoz, entre otros.
Su aporte al inicio del grupo Los Chileneros fue fundamental, tal como lo recuerda en estos días Luis Baucha Araneda a la luz de su fallecimiento:
“Él nos regaló casi todas las cuecas que nosotros grabamos en nuestro primer disco (La cueca centrina, 1967). Salimos nosotros como autores, porque a él no le intresaba figurar, no era interesado para nada en la plata. Entonces nunca las registró. Le gustaba ayudar a otros. Él buscó por todas partes para que nosotros grabáramos. Se juntó con Héctor Pavez, con don Rubén Nouzeilles [entonces director artístico de Emi-Odeón]. Fue quien más hizo para que nosotros grabáramos”.
Con el Baucha, González Marabolí compartió su oficio de matarife. Pero incluso ahí era un sujeto excepcional, recuerda el cantor: “Era un hombre muy educado. Leía mucho. Salíamos a tomar once, íbamos a las piscinas de Peñaflor, de Maipú. Las conversaciones que yo tenía con él eran diferentes a las que yo tenía con cualquier otra persona”.

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26 de Septiembre del 2006

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