viernes, 29 de mayo de 2009

Música y baile: Entre la cueca y el sound


La agonía de la cueca ha sido de una duración asombrosa. Desde hace un siglo, cada mes de septiembre se le da por muerta y se sale en su búsqueda. Si antes fueron el shimmy y el tango hoy son las rancheras y el indescriptible sound.

Si se habla de la música de las fondas tiene que hablarse necesarimente de la cueca, aun cuando ésta lleve muriéndose por años.

Septiembre ha sido tradicionalmente el mes cuando diarios y revistas han hecho este diagnóstico fatal y las consiguientes arengas a la ciudadanía para que recupere sus tradiciones perdidas. Ya en 1901, en El Mercurio del 21 de septiembre, Joaquín Díaz Garcés, describiendo el "infierno humano que bullía como un enjambre" en las celebraciones populares en la Cañada, escribía que la cueca todavía "no ha muerto ni ha nacido el sepulturero que le eche encima la última palada de tierra". Sin embargo, más adelante, el escritor admitía que la cueca "está decaída, desfallece como una flor arrancada de la mata que ya no es la hija de Andalucía y Arabia, que ya no destella chispas sino la ilumina la llama azul del alcohol: eso es verdad, tristemente, aunque haya falsos voceros que lo nieguen!".

Las raíces arábigo-andaluzas de la cueca han sido el tema de las acuciosas investigaciones del ex matarife y cantor Fernando González Marabolí, quien ha construido una intrincada teoría donde confluyen variables tan dísimiles como la numerología, los planetas, las pirámides, los hermanos Carrera, los tártaros, Leonardo da Vinci y el matadero Franklin; formando una verdadera cosmogonía en cuyo centro resplandece la cueca. El miércoles recién pasado, una versión renovada del grupo folclórico "Los Chinganeros" presentó un disco titulado "Chilena o cueca tradicional", basado en las composiciones y enseñanzas de Fernando González Marabolí. En una pequeña sala de la Feria del Disco del paseo Ahumada los integrantes del conjunto dijeron algunas palabras e interpretaron un par de cuecas. González Marabolí, sentado en la primera fila, tarareaba en silencio sus composiciones. Después de que los músicos terminaran de cantar, el presentador de la sencilla ceremonia ofreció la palabra a los presentes. Tras un momento de titubeo general, el maestro González tomó la palabra y con emoción dijo: "hemos descifrado la música de las esferas, las esfinges y las pirámides de Egipto, en lo que ha sido un acontecimiento universal y nadie de la comunidad científica nacional ha dicho alguna palabra". La sala permaneció en silencio estupefacta.


El cachañeo gorgoreado


Esa misma semana se comenzó a distribuir en las disquerías locales una grabación reciente del conjunto "Los Chileneros", formado por Hernán Núñez, Raul "Perico" Lizama y Hernán Araneda, "El Baucha", producida y gestada por Mario Rojas, el hombre detrás de una serie de proyectos artísticos que han reinstalado el folclore en los últimos años, como el redescubrimiento de Roberto Parra y "La Negra Ester". De acuerdo con Rojas, "Los Chileneros" y "Los Chinganeros" pertenecen al mismo grupo de cuequeros que practican el canto a la rueda, en lo que se ha llamado la cueca centrina. De acuerdo con el musicólogo Samuel Claro, en su libro donde recoge las enseñanzas de Fernando González, las cuecas pueden dividirse por su función entre aquellas destinadas a la entretención que se interpretan en las fondas y aquellas que cumplen una función documental, de transmisión oral de la tradición, que se ejecutan en el canto a la rueda. Según Fernando González Marabolí, la cueca de arte grande fue la de las fondas de la Independencia y la de los años posteriores al advenimiento de Diego Portales, quien, como decía Edwards Bello, remolía, bebía y bailaba cuecas.

La antigua Cañada, a lo largo de la Alameda de Las Delicias, desde la Estación Central al Cerro Santa Lucía, fue el paraíso de la cueca en su época de oro. El estilo de cantarla y bailarla se habría oficializado después de la Independencia. Despúes de Portales, según González Marabolí, "la cueca habría tenido que ocultarse durante 150 años para encontrar refugio en cárceles tabernas y prostíbulos, especialmente en las caletas o guaridas de la Vega, la Estación y el Matadero, donde se juntan los que no valen nada para el coloniaje". De acuerdo con este singular teórico, "José Miguel Carrera y Diego Portales supieron interpretar la vocación sagrada de su pueblo y le soltaron las riendas al canto, porque todas las costumbres distintas y propias que conservan los mestizos de Chile, son fuerzas que le van ganando al tutelaje extranjero".

Tanto para González como para el "Chilenero" Hernán Núñez la cueca que se escucha en las fondas de hoy es apenas una pantomima al lado de lo que fue la cueca de sus días de esplendor. Para González esta cueca es una parodia circense y una deformación colonialista. A sus 87 años, Hernán Núñez recuerda cómo invitaban choros a las fondas para hacer las ruedas y cantar las cuecas. "Se reunían en torno a la chicha un buen grupo de cantores 'cañaños' que venían de Renca, San Bernardo y San Pablo abajo. Los cuequeros iban a tomarse un trago y se armaban los piños. Entre los propios cantores se encumbraban y desafiaban para sacar tonos más difíciles. Siempre la cueca ha sido de guerra, la cueca es un duelo de picardía y gracia". De acuerdo con Fernando González Marabolí "el cantor tradicional vive sólo para la cueca, ya que interpreta con responsabilidad, tal vez sin temor de equivocarse, el arte más serio y delicado en el cantar de América. Cuando la gente escucha a los verdaderos cantores, dicen que no saben que 'tienen voz natural', y en verdad que tienen toda la razón, pero la naturalidad que la rige pertenece a un científico amaestramiento de la voz. No es llegar y cantar a la que te criastes, sino que equivale a decir que imita las leyes que rigen al universo y a la naturaleza. Los cantores están constantemente ensayando, nunca están conformes ni con ellos mismos, porque todo lo árabe es una lucha hasta con uno, tarareando las melodías con recovecos de sube y baja, hasta que forman un cachañeo gorgoreado en la voz gritada".

A la pregunta de qué habría producido la ruina de la cueca, Fernando González sentencia que al cerrar las casas de remolienda se terminó con la cueca. "Las casas de remolienda eran verdaderas escuelas de canto" Recuerda las casas de Juan de la Fuente, de la vieja Fidela, la Pancha Osorio, la Ñata Berta, la María e' Santos, la Carlina y la Flor María. Mario Rojas destaca cómo muchas de las llamadas cabronas o administradoras de prostíbulos para las fiestas patrias instalaban su negocio en el Parque O'Higgins. La cueca y la mujer de vida alegre chilenas traspasaron las fronteras nacionales. Ambas se conocieron indistintamente como "chilenas" en los puertos de la costa Pacífico de América. Edwards Bello desarrollaeste aspecto que asocia la cueca con la vida alegre en su novela "El Roto", ambientada en el barrio de Estación Central, hasta no hace mucho un lugar cuequero por excelencia.

Ante la misma pregunta, Hernán Núñez sentencia que la principal enemiga de la cueca habría sido la clase media.

A la hora de hacer un balance de la decadencia de la cueca es importante recordar que el decreto número 23 del 18 de septiembre de 1979 la declaró como danza nacional de Chile y que 10 años después el decreto número 54 señaló, en algunos de sus considerandos, que la cueca "musicalmente canta en sus versos la picardía propia del ingenio popular chileno, así como también manifiesta el entusiasmo y la melancolía; que en cuanto a danza es el baile más festivo y característico de la identidad nacional que posee Chile y que el aprender a bailarla es un deber de todo hijo de nuestra y tierra". Sin llegar demasiado lejos, puede considerarse que estas singulares declaraciones oficiales no han contribuído mucho a la vitalidad de este arte. Es difícil cantar y bailar por decreto.


Del shimmy al sound


Tampoco es una novedad que la cueca tenga en las fondas una presencia más bien fantasmal. En 1924 el escritor Víctor Domigo Silva escribía en Zig Zag distinguiendo entre la música popular y la vulgar. Lo popular sería aquello "medularmente nacional" como la cueca y vulgares serían los valses, los shimmys y los tangos. El escritor identificaba lo vulgar con "lo artificial, pegadizo, impuesto por la boga caprichosa del gusto extranjerizante, lo que se nos importa con el cachet irresistible de Nueva York, París o Buenos Aires". En el año 1931 Zig Zag mostraba una fotografía de unas parejas bailando un shimmy en una fonda. El pie de foto lo anunciaba como "una nota discordante: un shimmy en medio de la alegre cueca". Años más tarde, en 1935, un cronista denunciaba cómo "el tango invadía y estrangulaba" al país. Decepcionado veía cómo unos huasos que no eran huasos exhumaban los aires nacionales, "animan la tonada y entre tamboreo y rasguear de guitarras, nos hacen oír algo que va siendo novedoso y pintoresco a fuerza del olvido en que se la mantiene: la cueca." Ese mismo año, Raúl Cuevas en Zig Zag informaba que "la cueca y la tonada mueren ahogadas por la música bailable, que traen los discos y que difunde por todos los rincones, sin piedad ni rencores, el alma vagabunda de las radios". En las fiestas populares, mientras la cueca moría de anemia, ganaban terreno "el tango lánguido y enfermizo"; "el blue americano que llena de estremecimientos a las mozas más lindas y a los hombres más guapos"; la rumba, "flor del trópico, que incendia las fiestas con su rumor de escándalo y maracas" y el vals, "vienés y aéreo".

Al shimmy y al tango les sucedieron con los años el cha-cha-chá, la rumba y luego las cumbias y rancheras campiranas. En el último lustro el corazón de las multitudes ha sido devastado por la música sound y el llamado pop tropical.

Es probable que en las fondas de este año la cueca tenga su franja reglamentaria para que la fonda mantenga su carácter de tal y que la noche esté en manos de conjuntos como "La posse Musik'al", "American sound" o "Tropical sound".

Con toda seguridad, para choros del calibre de Hernán Núñez y Fernando González Marabolí aquellos bailarines sincronizados de pelo largo y permanentemente húmedo, disfrazados de príncipe de juguete o como piratas de utilería, sean de una ridiculez y afeminamiento irritantes.

Marcelo Somarriva
Domingo, 16 de Septiembre de 2001
El Mercurio, Artes y Letras