lunes, 29 de octubre de 2007

Del aula magna al matadero


Entrevista a Carmen Peña, coinvestigadora del libro Chilena o cueca tradicional.

La musicóloga Carmen Peña, colaboradora del investigador Samuel Claro Valdés en su obra "Chilena o cueca tradicional", describe la historia de este libro fundacional en la comprensión de este género como una manifestación cultural y artística de alto nivel y complejidad. Una obra que surge de la fructífera unión entre un académico y un ex matarife, eminencia autodidacta del mundo popular.
Desde el año 83 la musicóloga Carmen Peña trabajó junto al investigador Samuel Claro Valdés en distintos proyectos en la Universidad Católica, donde también compartía con él el curso de Historia de la Música. Por entonces, Claro ya venía trabajando en el tema de la cueca, teniendo como fuente e interlocutor fundamental a don Fernando González Maraboli, ex matarife, hijo y nieto de poetas y cuequeros, quien en forma autodidacta había desarrollado una extensa y profunda investigación sobre la cueca, desde una diversidad de enfoques y disciplinas, que continúa hasta hoy. "La fuente es Fernando González y don Samuel es el traductor", señala Carmen.

- ¿Cómo se produce el encuentro entre Claro y González?
- Don Fernando llegó un día a ver a Don Samuel y le dijo "Yo creo que usted y yo tenemos que conversar. Usted viene del mundo académico y yo vengo del mundo popular, pero yo creo que con usted puedo entenderme". Don Samuel comenzó a reunirse con él, a conversar, a trabajar durante mucho tiempo. Fue un libro que se hizo de a poco, hubo varios artículos preliminares que antecedieron al libro propiamente tal. Fue una empresa en la que Claro trabajó con pasión durante más de 10 años. Este libro aportó una visión nueva…

- ¿Cómo es que un hombre sin ninguna formación que trabajó como matarife puede llegar a conformar un cuerpo teórico tan importante, como para ser la fuente principal de la que se considera la biblia de la cueca en el mundo académico?
- Es algo increíble, él se dedicó a estudiar e investigar en forma autodidacta y en su casa había montañas de medio metro de apuntes escritos por él, además de los miles de libros que tenía y que consultaba y subrayaba. Iba a la Biblioteca Nacional y se leía todo. Por supuesto, don Samuel también le prestaba libros. Es una persona que se ha instruido mucho y que, hasta el día de hoy sigue buscando relaciones, datos, explicaciones. Es un ser excepcional… Ha leído mucho. A nosotros nos decía los libros que teníamos que leer.

- ¿No se achicaba ante la autoridad académica?
- Para nada. Uno es el que se siente muy ignorante, porque no manejas el lenguaje…

- ¿Cuál fue la mayor revelación que González significó para Claro?
- Considerar la cueca más que un baile, como un arte que encierra muchos conceptos, en el que tú puedes ver la música y la poesía, pero además una serie de valores y tradiciones, que tienen que ver con la forma de enseñarla, con la manera de aprenderla (que no es lo mismo), con una medida de tiempo, con comprender esa medida, con una serie de rituales, desafíos y maneras de comunicarse. Es una cosmovisión. Va mucho más allá de lo funcional, entretenido.

- ¿Cómo era la forma de trabajo?
- Se hacían entrevistas, o don Fernando escribía sus ideas y nuestro trabajo, hecho por un equipo, era sistematizarlas y ponerlas en contexto. Revisábamos el material y la bibliografía y escribíamos. También discrepamos y aclaramos muchos conceptos. El habla de muchas cosas: de los orígenes, de los significados que encierra la cueca como un arte mayor.

- ¿Fue para Claro un desafío penetrar en ese mundo de los bajos fondos?
- De hecho cuando González nos hablaba nosotros no entendíamos, por eso el libro tiene un glosario de términos. Es otro idioma. Otros códigos.

- Y otra forma de ver la vida, que no tiene mucho que ver con la mentalidad del chileno medio, sino con esa actitud luchadora ante la vida… un poco lo que tienen los gitanos y el flamenco.
- Claro, es un medio en el que se necesita mucha garra para sobrevivir y la cueca, en este sentido es muy vital, muy vigorosa. Eso motivó mucho a don Samuel, poder transmitir esta experiencia. Pasa que predomina la visión de la cueca de conjunto folclórico, que se escucha en la radio o se ve en un escenario. Esta cueca es otra cosa. Está inserta en una forma de vida, la forma del canto, las letras, son manifestaciones de una forma de existencia. Es una cueca que está viva pero no en los escenarios, sino que en otros lugares, donde la gente sí la cultiva y la tiene incorporada a su cotidiano. Y quiere mostrarla, pero no encuentra los espacios. Y la cueca habla también de esa lucha.

- ¿Sientes que los están encontrando?
- Bueno, ahora los cuequeros tienen un portal en Internet, eso hace 10 años era impensable. Es bonito que, con o sin la influencia del libro, esto esté aflorando.
- ¿Cómo ves la integración de los cultores y el saber popular en el mundo académico… crees que se abren más espacios?
- Creo que al mundo académico le hace muy bien mirar desde otras categorías y perspectivas, recurrir a otras fuentes que no son sólo las escritas. Hay una sabiduría oral que no se comprueba con la nota a pie de página. Pero creo que la academia está comprendiendo el valor de esta información.

- ¿Crees que este tipo de estudios están siendo valorados y que se está dando a expresiones como la cueca el estatus de patrimonio cultural que les corresponde?
- La cueca no necesita ningún estatus, lo tiene. Que la mayoría no sepa eso es otro tema. La cueca es y tiene un mundo. Del mismo modo que la filosofía tiene su estatus en su mundo, el de la gente que lee filosofía. Lo interesante es que sí pueda llegar a más gente. Eso es bueno, para que no sea un mundo tan hermético.

sábado, 13 de octubre de 2007

Tributo a Fernando González Marabolí (1927 - 2006)

La cueca ha sido zapateo, guitarras y ruedas de cantores, pero también la teoría de una expresión cultural que quizás nadie en Chile investigó con el rigor y afecto de Fernando González Marabolí, un hombre al que al ambiente cuequero nunca dejó de llamar “maestro” y que falleció el pasado sábado 23 de septiembre, a los 79 años de edad.
El aporte de González Marabolí a la difusión y teoría de la cueca es probablemente inabarcable, pero dejó en un libro sus señas más conocidas: Chilena o cueca tradicional es la investigación que en 1994 publicó el musicólogo Samuel Claro Valdés, y que hasta hoy es considerada la principal edición escrita sobre el género. Su subtítulo incluye la advertencia: "de acuerdo a las enseñanzas de don Fernando González Marabolí", y recupera lecciones sobre las técnicas vocales, instrumentales y de interpretación que caracterizan a la cueca. Citamos a continuación un extracto:
"El cantor tradicional vive sólo para la cueca, ya que interpreta con responsabilidad, tal vez sin temor de equivocarse, el arte más serio y delicado en el cantar de América. Cuando la gente escucha a los verdaderos cantores, dicen los que no saben que 'tiene voz natural', y en verdad que tienen toda la razón, pero la naturalidad que la rige pertenece a un científico adiestramiento de la voz. No es llegar y cantar a la que te criastes, sino que que equivale a decir que imita las leyes que rigen el universo y a la naturaleza, por eso es que se guía por leyes naturales. Pero todo lo que brilla no es oro: el estilo no se aprende de la noche a la mañana y sin el consejo de los viejos cantores. Están constantemente ensayando, nunca están conformes ni con ellos mismos, porque todo lo árabe es una lucha hasta con uno, tarareando las melodías con recovecos de sube y baja, hasta que forman un cachañeo gorgoreado en la voz gritada. Son años de aprendizaje, de pulimiento y conocimiento, de pasar metidos en los 'lotes', para impregnarse, contagiarse y meterse hasta en la sangre el ritmo cuequero. Es en los 'lotes' donde se aprende a cantar y a bailar mirando, donde se memoriza el vasto repertorio de de versos y melodías, porque nada está escrito. Este modo de canto nace de casi vivir en la teoría y en la práctica, y es también donde se aprende toda la gimnasia vocal que se hace para sacar la voz gritada y entonada".
Fernando González Marabolí había nacido en Santiago en 1927, y creció entre poetas y cantores de cueca del puerto de Valparaíso. La cueca era una presencia viva en su familia, y a ella se fue apegando sin ninguna instrucción formal, pues todo su conocimiento fue fruto de la experiencia y el autodidactismo. La vida se la ganó como matarife. Su capacidad de relacionar el folclor chileno a disciplinas tales como la filosofía, la historia universal, las culturas vernáculas y hasta la astronomía fue, siempre, sorprendente.
Junto a Nano Nuñez, recibió en mayo del año pasado el Premio a la Cueca Chilena Samuel Claro Valdés, de parte de la Corporación de Patrimonio Cultural de Chile y la Universidad Católica. Poco antes, varios cuequeros le habían rendido un homenaje como “leyenda de la cueca”, en una cena bailable que hacia noviembre del 2004 reunió en un restaurante de calle San Diego a Los Afuerinos, María Esther Zamora, Mario Rojas, Los Porfiados de la Cueca, Los Tricolores, Los Chinganeros y Daniel Muñoz, entre otros.
Su aporte al inicio del grupo Los Chileneros fue fundamental, tal como lo recuerda en estos días Luis Baucha Araneda a la luz de su fallecimiento:
“Él nos regaló casi todas las cuecas que nosotros grabamos en nuestro primer disco (La cueca centrina, 1967). Salimos nosotros como autores, porque a él no le intresaba figurar, no era interesado para nada en la plata. Entonces nunca las registró. Le gustaba ayudar a otros. Él buscó por todas partes para que nosotros grabáramos. Se juntó con Héctor Pavez, con don Rubén Nouzeilles [entonces director artístico de Emi-Odeón]. Fue quien más hizo para que nosotros grabáramos”.
Con el Baucha, González Marabolí compartió su oficio de matarife. Pero incluso ahí era un sujeto excepcional, recuerda el cantor: “Era un hombre muy educado. Leía mucho. Salíamos a tomar once, íbamos a las piscinas de Peñaflor, de Maipú. Las conversaciones que yo tenía con él eran diferentes a las que yo tenía con cualquier otra persona”.

www.musicapopular.cl
26 de Septiembre del 2006

viernes, 28 de septiembre de 2007

“Hay intereses creados que le cierran el paso a la cueca”

Una de las cosas buenas que hace septiembre – a parte de despertar la primavera y avivar el rescoldo de la tradición – es sacudirle el polvo a la cueca, aunque ya sea un pálido reflejo de lo que fue en sus orígenes típicamente arábigos, cuando la bailaban los beduinos del desierto, muchísimo antes de que fueran construidas las pirámides de Egipto, tema que ha estudiado durante treinta años el ex matarife Fernando González Marabolí y cualquiera que lo escuche relacionando la cueca con la armoniosa geometría de nuestro sistema planetario y la absoluta concordancia entre el hombre y la naturaleza podría pensar que algo se le estaría aflojando a la altura de los parietales y entonces se equivocaría medio a medio, porque al hombre lo han escuchado disertar en la Universidad de Chile y el musicólogo Samuel Claro, vicerrector de la Universidad Católica, le dedicó con admiración y afecto un trabajo suyo sobre la cueca publicado en el Anuario Musical de Barcelona, de modo que un poquito más respeto por la cueca legítima y por Fernando González, uno de sus escasos pero incondicionales defensores, como se podrá apreciar en el curso de la siguiente conversación.

- ¿Usted tiene algún conocimiento sobre este tema?
- No más que lo que podría saber cualquier persona…
- Le pregunto, porque si no está bien a caballo en el asunto capaz que no me entienda lo que voy a decirle.
- Trataré de entender, no se preocupe.
- En primer lugar, la cueca es una obra de arte, un documento lleno de sabiduría y perfección métrica. Su música no tiene más que siete sonidos y todo lo demás, en total 48 compases, corresponde al desarrollo, porque todo se repite y por eso los árabes la llamaban “canto a la daría”, que significa canto a la rueda y todo lo que rueda no tiene fin, sólo vuelve a empezar. Los beduinos concibieron la música de la cueca basándose en el sistema planetario, que también tiene un sonido redondo, así como cuando usted hace sonar una cuerda de la guitarra y ese sonido golpea a las otras cuerdas y las hace vibrar y el sonido sale a rodar y, como le digo, todo es rueda en el universo y en la naturaleza: los astros hacen rueda al girar, el gallo corteja a la gallina haciéndole la rueda, y la mayoría de las frutas tiene forma redonda. Todo es rueda y todo se repite: el día, la noche, los meses, la primavera, el invierno; todo es ruedas y medialunas, como el ojo y los párpados y hasta el hombre nace de una rueda.
- Los beduinos entendían eso muy claramente. En la soledad del desierto, observando los astros, percibieron sus órbitas repitiéndose constantemente y comprendieron que la naturaleza repercutía dentro de ellos mismos en su métrica de sonidos y movimientos. Y entonces idearon el canto a la rueda, que era la forma más perfecta de expresar ritualmente lo que sentían, mediante el canto, la poesía y la danza; y la forma, además de conservar la sabiduría del desierto, que en muchos aspectos es hermética y secreta. No olvide que toda la filosofía está inspirada en los escritos árabes. Usted puede entender que no es casual que la cueca tenga cuatro partes como los cuatro puntos cardinales (dos estrofas, la copla y la seguiriya); que tengan que cantarla cuatro cantores y que se baile haciendo cuatro círculos que se repiten igual como se repiten las cuatro estaciones; pero ¿sabe por qué la cueca tiene cuatro pies?
- Francamente, no.
- Porque es una cosa viva y para moverse necesita cuatro patas.
- Entiendo.
- Además, la cueca auténtica tiene que ser cantada como la cantaban sus creadores, con una parte de la melodía hacia arriba y la otra hacia abajo; hacia arriba la voz indica fuerza, señala la vida, el esfuerzo; la muerte es hacia abajo, hacia la tierra. Además, el cantor no toca la guitarra, sino que se acompaña de puro pandero.
- ¿Entonces las cuecas que se escuchan ahora no tienen nada que ver con la tradición verídica?
- Yo diría que sólo se salvan las cuecas de Mario Catalan, que están bien hechas, pero mal interpretadas. ¡No sé cómo la gente puede bailar cuecas que son verdaderos mamarrachos, incluso algunas que hacen mofa de la tradición y que terminarán por destruir un aspecto muy importante de nuestra cultura.
- ¿Y cómo cree que reaccionaría la gente si tuviera la oportunidad de escuchar la verdadera cueca?
- Bailarían sin parar, porque la métrica de los sonidos que representan a la naturaleza están dentro de uno mismo y nosotros somos naturaleza.
- Si es así, ¿por qué la buena cueca no tiene difusión?
- Porque no puede defenderse de los ritmos importados. Hay intereses creados que le cierran el paso a la cueca. El único medio que ha publicado cosas a favor de la cueca ha sido El Mercurio. Desgraciadamente casi todos los buenos cantores ya se han muerto y lo que quedan se pueden contar con los dedos de una mano.
- Sé que usted es de los buenos…
- Eso era antes, cuando andábamos de farra. Ahora tengo 58 años y solamente canto en la intimidad, especialmente cuecas mías. Tengo muchas, incluyendo una que le hice a la María Ojos Verdes, gran cantora que ahora está en Argentina, y otra a la “Lolo” Dolores Muñoz, que fue la más grande de todas y que unos dicen que está muerta y otros que vive en Valparaíso.
- ¿Se acuerda de alguna de sus cuecas?
- Anote una que le viene como anillo al dedo a lo que hemos conversado. Dice así:
- “Con permiso, soy la cueca,/ reina de todos los cantos,/ y me tienen despojada,/ de los mejores encantos.
- “Yo soy la cueca patria,/ la más joyante, /y el que no me conoce,/ que no me cante.
- “Que no me cante sí,/ soy geometría,/ la fórmula del arte,/ y astronomía.“Del templo de la ciencia,/ soy la eminencia”.

Las Ultimas Noticias, Septiembre de 1985.

jueves, 20 de septiembre de 2007

El volcán y la cueca

En algún momento secuestraron la cueca. De lo que era volcánico, una hosca y fría montaña con centro de fuego, quedó la pura cáscara desnuda. El misterio sensual, medio andaluz y árabe, desapareció. Por suerte, ahora nos dimos cuenta.
Aunque Yves de la Goublaye de Menerval es francés, tan francés como su nombre, vive en Bolivia. Gran parte de su vida ha transcurrido en ese país y, como funcionario de la UNESCO hasta su reciente jubilación, conoce la cultura boliviana como pocos. Es más, fue quien estuvo tras la nominación de los bailes de Oruro como Patrimonio de la Humanidad.
Dueño de una memoria excepcional, hay que aprovecharlo, pero está aquí en Chile muy de paso porque tiene un hijo en una universidad local. Por supuesto, el tema de las danzas sale en la conversación. Es muy diplomático pero de alguna manera deja traslucir que el trabajo del BAFONA chileno le incomoda; deja ver que sus danzas pascuences le parecen una creación, un invento, "una caricatura", que no son danzas "tradicionales". Y, por supuesto, tampoco las diabladas nortinas... Lo único que le parece valioso, original, de interés internacional, es la cueca.
No es un fanático. Reconoce que en el norte de Chile hay grupos étnicos de origen altiplánico, incluso habitantes del altiplano que tienen todo el derecho de continuar con sus tradiciones, pero le molesta la modificación chilenizante de ellas. Falta investigación, dice. Comenta que son dos los países en América Latina que peor tratan su patrimonio, Costa Rica y Chile. Curiosamente, y en esto no hay casualidades, los dos tienen un alto nivel educacional "internacional".
Bueno, pensemos un poco en esa cueca de la que podemos hablar sin conflictos internacionales. De la Goublaye es el vicepresidente mundial de las asociaciones genealogistas del mundo y, por supuesto, el tema étnico le fascina.
Creo que hay dos modelos cuando hablamos de danzas, los de países donde hay fiestas y los de países que se expresan en la orgía. En los primeros la fiesta está siempre presente, el baile es cotidiano, el cuerpo se vive y se goza, la escultura también es abundante y sensual: como en la India, Italia y Colombia.
Los de la orgía son países más duros, de geografías más complejas. Hay más rigor, más cálculo, más esfuerzo por vivir; el baile no es tan frecuente y se necesita de la orgía para que se liberen las energías y se desaten las pasiones. La cultura tradicional chilena, la del Valle Central, la veo como una síntesis.
Por un lado tuvimos la dura vertiente castellana, áspera y recia, la del pueblo que inventó España e impuso su lengua en toda una variada península. El mismo signo tenían los de Extremadura, forjado en su larguísima guerra contra los árabes. Y también aquí las etnias picunche y mapuche, duras y resistentes, pero también orgiásticas a la hora de soltarse en eventos ocasionales que duraban varios días con abundante comida y bebidas. Si sólo fueran esas nuestras etnias constitutivas, tendríamos una identidad clara y específica.
Pero no hay que olvidar la andaluza. Y ésa es distinta. Es tan fundamental en nuestro origen, que cuando Luis Thayer Ojeda hizo su estudio del origen de los españoles llegados a Chile, le dio el primer lugar con el 20.5%. El andaluz no necesita de orgías; alegre y sociable, sensual y gozador, es de los que vive en fiesta. Es una etnia muy interesante, además, porque sus mismas características lo fueron alejando de la elite gobernante - dura y controladora - para expandirse y fusionarse con abundancia en el medio más popular. Se "chilenizó" con más rapidez.
Como se sabe, el sur de España tuvo a los árabes por casi ocho siglos, por lo que este influjo es muy determinante. Granada, Córdoba y Málaga nos hermanan con el árabe, lo árabe que es factor clave en el modo de ser andaluz.
La cueca original tuvo esa síntesis, entre la fiesta y la orgía, entre el control y el desate. Detrás de la estricta coreografía se colaba el espacio de la creación individual, detrás de los pasos medidos había un avance real sobre la mujer deseada, detrás del pañuelo pudoroso emergía una mirada femenina incitante; como la de una musulmana que, cubierta de pies a cabeza, salvo los ojos, aprendió a decirlo todo en una sola mirada.La cultura oficial, castellana, secuestró la cueca. La hizo fija, difícil, de reglamento. La despojó así de su esencia mestiza y dejó de satisfacernos en ese mismo momento. Se volvió europea, culta, previsible. Un rito reiterado. Ni baile de fiesta ni portal a la orgía.
La estamos recuperando, ahora, y no es casualidad. Es una buena noticia porque significa que estamos recuperando el equilibrio; no somos de la fiesta cotidiana, como en Brasil o Colombia, ni somos francamente orgiásticos. Somos mestizos. A veces nos desesperamos y queremos estar claramente en un extremo, pero es negar nuestra historia, nuestro origen étnico, nuestra identidad.
La cueca original tuvo esa riqueza única y propia. Por eso la celebra el experto francés, De la Goublaye. En ella se lee un modo de estar en el mundo, y no es casualidad que Gabriela Mistral escogiera para nosotros el símbolo del volcán. Somos una montaña hosca, fuerte, de cabeza fría de nieve y hielos, que contiene ardiente fuego en su interior. Un hombre que gira como si bailara solo, pero que no pierde de vista a la mujer que desea; una mujer altiva, casi indiferente, pero capaz de pasar a la acción - ojos incendiarios - cuando así lo desea.

miércoles, 29 de agosto de 2007

Andaluces en América

A Chile llegaron los andaluces trayendo la sal y el sol de Arabia en los labios. Con su mentalidad creadora de leyendas divisaron por el camino “la cuidad de los Césares” y van en busca del “Dorado”. Es la gente sacada de los cuentos de “Las Mil y Una Noches” la que viene tirando a manos llenas la cultura del oro, de sus mágicos y fabulosos imperios. Todavía no se acostumbran a sus nuevos nombres, todos se llaman por el mote o el apodo, y con la alegría de vivir un día más, para donde miren sus ojos no ven más que azúcar, canela y clavo. Ante el asombro de la población de los caseríos indígenas va pasando la bulla y la algarabía de la eterna caravana y cada vez que hacen un aro en el camino les quedan resonando las sonajas, campanillas y cascabeles con que acompañan el vocerío musical de sus cantos.
Junto a los rasgueos de las arpas y guitarras repican los platillos y panderos. Los tonos altos con el joyerío ondulante del arabesco hacen que las coplas y siguiriyas con las alas de la música vuelen y revuelen por el aire y, llevando el compás de 6x8 con las manos, avivan el bullicio alegre de las zambras moras mientras que los bailarines van tejiendo el 8, ruedas y medias lunas. Son los sobrevivientes de la más preciosa cultura que floreció en las provincias andaluzas de los Omeyas, y que vienen tañendo los mismos instrumentos con que alegraron las sonadas fiestas de los faraones y de los califas.

Fernando González Marabolí

Fuente: Claro, Samuel. Chilena o cueca tradicional. Santiago, Ediciones Universidad Católica de Chile, 1994.

miércoles, 8 de agosto de 2007

La gran cueca

La cueca, zambacueca, marinera, chilena o zamba es una de las danzas folklóricas de mayor extensión territorial en Iberoamérica. Se la baila en Chile, Perú, Bolivia, Argentina, Ecuador y en México (Estado de Guerrero), donde fue llevada por los marineros chilenos a mediados del siglo pasado. En Acapulco se baila “la chilena”. Sobre su origen, características y lugar de nacimiento se ha escrito y discutido mucho por chilenos y extranjeros.
José Zapiola, músico y memorialista, la cree de origen peruano: “Semi ennoblecida la zamacueca en Lima, pasó a Chile en el año 1824, o poco antes, como cosa de negros, y como tal fueron los negros del famoso batallón Nº 4 los que la trajeron en su banda enseñada en Lima por Alcedo. Al salir yo en mi segundo viaje a la República Argentina, en Marzo de 1824, no se conocía este baile. A mi vuelta, en Mayo de 1825, ya me encontré con esta novedad” (“Recuerdos de Treinta Años”).
Benjamín Vicuña Mackenna se afirma también en el origen africano de la cueca pero niega que haya sido importada desde Lima.
“La zamba-cueca es, como muchos de nuestros bailes populares, del país de los negros. Trajéronla a Chile primero que al Perú, los negros esclavos que por esta tierra pasaban, vía Los Andes, Quillota y Valparaíso, a los valles de Lima, en viaje desde los valles de Guinea”.
También sustenta la tesis del origen chileno, Pablo Garrido, en su Biografía de la Cueca”. Como limeña y muy limeña la defiende el peruano Ricardo Palma. En cambio el músico Humberto Allende la cree de origen hispano-árabe.
“Soy un convencido de que nuestra cueca o zamacueca tiene su origen en la fiesta morisca denominada Zambra que se celebra al aire libre”.
Carlos Vega, folklorista y musicólogo argentino, la describe como danza picaresca, hija del fandango español y acriollada en Lima.
“La zamacueca pasa de Lima a Santiago en 1824 y hacia 1860 regresa a la ciudad de origen donde la llaman cueca para alternar allá con su progenitora” (“El origen de las danzas folklóricas”). Por el origen peruano se decide también Eugenio Pereira Salas en su obra “Los orígenes del arte musical en Chile”.
El argentino Joaquín López Flores , autor de “Danzas tradicionales argentinas”, sostiene que la cueca es una danza originaria de las provincias de Cuyo:
“Se dice que el origen de la zamba podría ser “El Zambapalo”, una de las danzas de la Indias Orientales o también la Zambra española”.
Por último, el autor vasco P. Zañudo Astrán, quién visitó a Chile en 1885, afirma algo inesperado: “La zamacueca es uno de los bailes más originales, no sólo de América, sino del mundo. El zortzico, que al son del tamboril bailan los guipuzcoanos, en la falda de sus montañas, al pie de Somosta, en las cercanías de Dinazo, de San Sebastián y de Estella, algo tiene quizás de común con la zamacueca, como algo de semejanza tiene el carácter guipuzcoano y el chileno”.
En 1847, Ida Pfeiffer la considera un baile indecente, “superando todos los límites de la tolerancia”. Ignacio Domeyco la considera “más sencilla y más fácil que el bolero de Andalucía, pero menos apasionada. La bailan todas las clases sociales”.
Negra, española, peruana, quillotana o árabe -en cuanto a su discutido origen- la cueca alcanzó en Chile su más rotunda y jocunda expresión, y la categoría de baile nacional.
En el aspecto coreográfico y sin desmedro de su estructura se ha desarrollado, a lo largo del territorio, una gran variedad de estilos: la cueca porteña, la santiaguina, la huasa, la copiapina, la iquiqueña, la pampina, la chilota, etc.
En cuanto a clases sociales hay matices fáciles de observar. Existe la cueca del futre y la del roto; la del aristócrata y la del siútico; la del inquilino y la del patrón de fundo, la de “lola” y la de “chimbiroca”. También la muy zapateada y bufa del payaso.
En las décimas a lo humano, en los catorces versos de la cueca se expresa todo el lirismo del alma popular. Salpimentadas con muletillas y recovecos hay letras amorosas, patrióticas, bandoleras, marineras, carcelarias, mineras, hamponas, políticas y humorísticas.
Como apunta el folklorista Carlos Vega: “El cantor, parte y reparte versos, añade ripios y estribillos, tararea, duplica sílabas o vocales, repite fragmentos; en fin, deforma los elementos tradicionalmente conformados. Pero que han de ajustarse a las frases musicales: (“La forma de la cueca”). En la actualidad, a la cueca la han ido maquillando y desnaturalizando los conjuntos que actúan en “boites”, restaurantes, programas de televisión, concursos viñamarinos, y es generalmente interpretada por huasos de utilería, disfrazados de dueño de fundo. Por suerte, hay todavía cantores que defienden su estirpe tradicional y popular. Nombraremos el conjunto Los Chileneros que actúan, por amistad, en las fiestas y pichangas que organizan los criollos del Matadero, la Vega y la Estación Central. Ellos saben cientos de cuecas antiguas y se acompañan con gran variedad de melodías tradicionales. Viven para la cueca. Están siempre ensayando y tarareando melodías con recovecos de sube y baja. Aprenden pies curiosos o desconocidos y los acumulan en la memoria para lucirlos en las ruedas de cantores. La cueca chilena tiene sus reglas. La voz debe ser típica, aniñada; el ritmo vivo y chicoteadito. Sus cantores aprecian un buen “pito” (voz potente), pero rechazan los engolamientos dulzones de las voces cultivadas, trabajadas para el bolero o la ópera. Entre los músicos y cantores más notables de “la chilena” , debemos nombrar a Raúl Lizama (“El Perico”), Mario Catalán, Hernán Núñez Oyarce, Luis Téllez Viera, Carlos Godoy, Emilio Olivares, Carlos Espinoza (“El Pollo”), Miguel Soto (“El Ronco”), Rafael Andrade (“El Rafucho”), Manuel Marchant, Luis Hernán Araneda (“El Baucha”), Fernando González Marabolí, Luis Téllez Mellado, Julio Alegría, Luis Contreras Reyes (“El Burro”), Eduardo Mesías, Valentín Morales y Miguel Córdova.
Hernán Núñez Oyarce es el más destacado compositor del equipo. Núñez, celebrado autor de “Calle Ecuador”, “Los Campeones”, “El organillero”, “Ay, Carola de la vida”, “Joaquín Murieta”, “A Margot Loyola”, “Se arrancaron con el piano”, y “Las Picadas Porteñas”, cultiva la gran cueca barriobajera y suburbana. Canta a los barrios antiguos, reductos de la vida popular santiguina:

Me gustan los barrios bravos
los guapos de corazón
la galla’ del matadero
los chiquillos ‘e la Estación

La pasta de la Vega
y Recoleta
Diez de Julio y San Pablo
con Vivaceta

Con Vivaceta, sí
muy respetada
Plaza Almagro y San Diego
Blanco Encalada

Lindas canchas de amores
los callejones

Hernán Núñez sostiene que el mejor abogado de la cueca es el roto: “El roto se quedó con la cueca, y la cueca con el roto”.
Los “chileneros” capitalinos viajan periódicamente a Valparaíso para cantar con los “chileneros porteños”. Los más nombrados son: “El Vitololo”, “El zurdo Bernal”, “El negro Mascareño”, “El Periquín”, “El Cuadradito”. Confraternizan y se toman examen. Recuerdan a los cuequeros antiguos: “El Negro César” y “el guatón Memo”, de la Vega; “El chute Mandiola” y “El ñato Alfredo” del barrio Estación; “El chico Juanano” y “El cabro Santos” de la calle Ecuador, el invencible “Cojo Paliza”, “El Lalo” y “El Siete Pelos”, de Valparaíso.
Un elocuente retrato de este ambiente se hallará en la cueca “Juanito Orrego”, incluída en este disco.

Juan Uribe-Echavarría

Nota: Este texto es la contraportada del long play: "...así fue la Epoca de Oro de la Cueca Chilenera”, del conjunto Los Chileneros, grabado el año 1973 para el sello Emi Odeón.

viernes, 29 de junio de 2007

Crónicas de Carlos Godoy Hernández

Los mejores años de la chilena tuvieron vida entre 1950 y 1970, cuando existían las casas de remolienda. Eran famosos el Rosedal y las Tres B del barrio Franklin, este último era visitado siempre por los cuadrinitos y la gente del ambiente bohemio.
Cada uno de estos locales contaba con tres grupos musicales. Una agrupación de tango, con bandoneón y violín, y el infaltable boca ‘e caballo, el piano. También una orquesta de cha-cha-chá y mambo compuesta por unos veinte músicos que hacían bailar hasta a los muertos. Y, resucitándolos con pañuelo en mano, venían los famosos cantores de cueca. Estos con voces privilegiadas, más afinadas que los mismos canarios. Y la remolienda se armaba con las niñas de pierna suave, cariñosas y muy amorosas con la gallada.
En esos tiempos había casas para regodearse, como fue la calle Bio-Bío, Porvenir, la famosa plaza Almagro, y para qué decir los barrios de la Vega y Estación Central donde, también con excelentes cantores, la cueca era pan de cada día.
Lo más emocionante de esta historia era como se vivía en aquel entonces. El don del dinero alcanzaba para todo pues se ganaba con mucha facilidad. Incluso, en esos años, el día lunes era un feriado más, donde Peñaflor sacaba a relucir sus aguas cristalinas para recibir a todos los comerciantes de todos los rincones de ese hermoso Santiago.
Con carretelas y góndolas estacionadas en los costados del barrio, la estación destacaba por sus constantes ruidos de trenes que traían a los sureños, quienes llegaban con sus respectivos canastos con aves, pan amasado y la rica chicha de manzana.
Los que arribaban a la Estación Central eran bienvenidos por la cafetería Las Cachas Grandes, donde llegaban las niñas de pierna suave, los cuenteros y estafadores, era un mundo totalmente diferente.
El barrio matadero con su gimnasio llamado Propa, donde el que deseaba ponerse los guantes era cosa de entrar y tirarse unos rounds.
En el matadero se faenaba dos veces a la semana, el cordero tenía su cancha, y así también el chancho para ser faenado. Cuando se terminaba la faena, se juntaban todos los cuadrinos en el restaurante de Don Víctor, frente a la puerta principal del matadero. Cruzando la calle San Francisco se escuchaban los repiqueteos de los panderos. Las cogote ‘e yegua eran las guitarras. Cuadrillas de cuadrinitos con su pañuelo en la mano se preparaban para demostrar su calidad de buen chinganero para bailar la cueca.
Los fondos parecían volcanes en el fuego con los cocimientos. Los chuicos eran verdaderas fuentes de agua (vino) para beber. Las pichangas eran realmente manjares, los agregados de cebollas escabechadas, queso, pepinillos, queso de cabeza de chancho, carne de choclillo, ají, queso de cabra. Eran famosos los sándwich de longos (potitos de vacuno) con ají de cabra, y si esto no era de su agrado, se podía pedir los ricos riñones de chancho al jugo. Las guatitas picantes con puré eran muy famosas.
En el año 1968, en una de estas famosas comilonas en el restaurante de Don Víctor, se juntaron los más famosos cantores de cueca del Matadero y la Vega, Carlitos Godoy, Luis Araneda (Baucha), Rafael Andrade (Rafucho) y Mario Catalán, en una rueda mano a mano rodeados por toda la gallada de comerciantes de la vega y cuadrinitos del matadero apoyando a cada uno de los cantores y muchas niñas de pierna suave con el pañuelo en la mano. Este recuerdo es lo más glorioso, recordado por el Baucha, uno de los cantores más completos que tuvo la chingana.
Y así comienza la remolienda viva, los panderos repicaban junto a los platillos, guitarras y acordeón. Saca en primera el Rafucho y haciendo segunda el Baucha, en seguida saca el pito Carlitos Godoy. La gallada se emocionaba al escuchar tan linda voz que sobrepasaba los tonos más altos. Después toma Catalán, quien era un excelente cantor y muy saleroso. Había que ser gallo ente los gallos para estar en entre este lote de cantores tradicionales.
Los verdaderos cantores de cueca son los que vienen de la tradición como el Perico Lizama, el Baucha, Carlos Godoy, Luis Téllez, el Loco Quijada, Manolo Santis, el Flaco Carballo, Humberto Campos, Mario Catalán, Fernando González. Todos ellos recorrieron cada rincón de los hermosos barrios chinganeros, e incluso tenemos el orgullo de ser los únicos que siguen el canto mano a mano y siguen manteniendo la tradición, Los Chinganeros.

Carlos Godoy Hernández

viernes, 8 de junio de 2007

El Mario Catalán, el Rey de la Cueca...Ya no es el mismo.


Mario Catalán, el “cabro Mario”, el que se hacía huincha golpeteando los platillos de las tazas al compás del “huifa rendija”, rey de las cuecas de verdad...“de esas achaflanadas, de vivaracho”...está triste, más triste que la princesa del poema de Rubén Darío...¿Qué tendrá?

Ni se ríe siquiera, solo en un inmenso salón de calle Recoleta...“fíjese bien...este “livin” mide más de cien metros cuadrados. Usted debiera haber visto las fiestas que armábamos aquí. Casi cuatrocientas personas vinieron para el casamiento de mi hijo, y la cosa duró...de sábado a sábado. Puro whisky y vino del bueno. El dúo Rey Silva se me cansó a los tres días.

“LA ROSITA”

Son tiempos pasados, historia vieja por culpa de la...Rosa de Fuego...la Rosita...la cirrosis...“Chis, hace cuatro años que no tomo ni gota. Si me tuvieron que sacar dos kilos y medio de estómago con ombligo y todo. Casi me llevó la negra y eso que siempre he sido tiesazo pa' as enfermedades...”

Hasta flaco está. Pesa sólo 112 kilos y “en mis tiempos no bajé de los 150...Lo que pasa es que estoy aburrido. Yo siempre he sido un gallo de zambullidas. Llevaba 50 años tomando y ahora...hace cuatro que me pegué la tremenda chantada. Los amigos lo invitan a uno, se ponen a tomar y piden cuecas. Yo les canto, pero...¿Se da cuenta?¿Cómo voy a agarrar vuelo con puro...tecito?

-¿El médico le prohibió estrictamente el alcohol?

“No tanto, pa' que le voy a mentir. Con decirle que él mismo me regalo una botella whisky. Pero soy yo el que no quiero tomar. ¿Cómo voy a querer si, después que me enfermé, he enterrado a diez de mis amigos igualitos a mí?. Con decirle que en una de esas idas al Cementerio me encontré con el Lalo Castro, un cabro de allá de la estación...”Chis, me dijo, venís a ver cómo está la cancha? Y yo le contesté: “Güena oh, el que viene a renovar el permiso al camposanto soy vos”. Fíjese pues, la bromita...A la semana el Lalo se muere...así que yo pienso: harto aburrida es esta cosa, pero más mejor...no tomo na.

NO ME QUEJO

Y ahí se está, sin tomar...“pero la inspiración no me falta, acostado, me desvelo y se me ocurren cuecas. Lo que me tiene molesto es que me llevaron mi cuaderno donde tení, a la “la cachá” de cuecas nuevas. Es que piensan hacer un disco, pero todo está parado por ese lío de los “cassettes”.

Autor de más de cien cantos zapateados y escobillados, desde el “Quiéreme como te quiero...aló, aló” hasta el “Hay un toro en Marruecos, y una vaca en Peñaflor, Torito enamorado y estai capao...pa' que te picai”...el “cabro Mario” no se queja, sin embargo, de la vida.

“No, no me quejo. Si lo he pasado harto bien. Mire, yo estoy desde los diez años metiendo , bulla. A los 7 llegué de Antofagasta y me metí en la Vega. Vaya usted a preguntar por mí allá...soy más conocido que la Asistencia Pública. A los siete ya me las daba de comerciante, vendía ajo, pedazos de zapallo y cebollas en la mano...A chauchaaa el aaajo, caseeera...todos por un veinte. Chis, mis gritos se oían a cinco cuadras y tenían entonación. Si yo nací pa' meter bulla. Primero empecé tocando cuecas con conchas de choro...vieran usted como se arremolinaban pa' seguirme”.

A “PAREJITAS”

Después, cuando se le quebraron las conchas de choro...“la agarré con los platillos de las tazas pues. Me iba todas las tardes al “As de Bastos”, una pensión que quedaba ahí mismo en la Vega, y me ponía a tomar y cantar cuecas. Chis, si yo a los diez años me curaba a parejitas que los borrachos en los bares...¿Cómo no me iba a agarrar después la “Rosa de fuego?”

Se queda pensando y comenta: “Y, mire lo que son las cosas. En 50 años que viví prácticamente “curao”, no me pegué ni un costalazo. Y ahora, bueno y sano, me he quebrado este mismo brazo dos veces...”.

-¿Hasta cuánto ha llegado beber de una “sentada”?

“Uuuuy. Mire, me acuerdo de una apuesta que hicimos una vez con el Guatón Neno...que ya se murió también. Entre las 8 y la una de la tarde nos tomamos un chuico completito, de esos de 15 litros. Pa' qué le cuento, el guatón Neno, que pesaba como 200 kilos, no se podía parar. Tuvieron que instalarle una cama ahí mismo para que pasara la mona, porque tampoco nadie era capaz de sacarlo afuera”.

PURO TECITO

Nuevamente está recordando. Todo eso ya no es posible...”Qué se le va a hacer. Si estoy más aburrido que una ostra. Mire, yo siempre he sabido ganar billete. A parte del local en la Vega tengo otros negocios, otros malabares. Me iba, por ejemplo, a vender casimires fuera de Santiago. Armaba una buena bulla y, entre trago y trago, cueca y cueca, vendía todo y me venía sin mercadería a Santiago...Pero ahora, ni ganas me dan de ir a hacer negocio pa' pasarme el día tomando tacitas de té. Mejor los vendo aquí en Santiago. Mire, tenía 22 ternos nuevitos, todos con chalecos, de todos los colores. Ya he vendido ocho...”.

Y abre un tremendo ropero, empotrado en una pieza no menos inmensa, y muestra toda su ropa...“tengo hasta un terno blanco para la tele”.

-¿Y se lo ha puesto?

“Qué me lo voy a poner. No ve que con los “machucados” que me acompañan con la guitarra, voy a parecer gato de molino...”

“PARECE LESERA”

Y se ríe, por fin, con ganas. Luego agrega:
“Mire, la firme es que me aburro a muerte. Pero no puedo quejarme de nada. Lo he pasado harto bien. Esta tremenda casa es toda mía. Siempre he sabido ganarme el puchero y le tengo a la señora el refrigerador lleno de buena comida. Tragos, pa' qué les digo, aunque yo no tomo, me gusta que los otros lo hagan...Si no me enojo...Tengo como 500 botellas de wishky en la casa...No puedo quejarme. Sería como sacarle la lengua a la vida. Sería ser muy mal agradecido. Mire que yo llegué a la pura cuarta preparatoria y...a cabezazos. Y, sin embargo, he salido adelante...No me quejo. Lo único que pasa es que estoy más aburrido que bailar con la hermana y, mas encima, los otros se siguen muriendo...¿Sabe lo que tengo que hacer esta tarde? No me va a creer, pero tengo...otro entierro...Parece lesera la cuestión”.

María Angélica de Luigi
Fotografía: Miguel Rubio
Las Últimas Noticias, Miércoles 5 de Septiembre de 1979

viernes, 18 de mayo de 2007

La vieja ola: Rafael "Rabanito" Berríos


Rafael Valentín Berríos Olmedo, más conocido como "Rabanito", nació en Sewell el 14 de octubre de 1926. Su padre antes de ser minero había trabajado en una fábrica de acordeones y le enseñó a su hijo no sólo a tocarlos, sino también a repararlos y afinarlos. "Rabanito" alcanzó a trabajar dos años en la mina antes de dedicarse por completo al acordeón, como intérprete y técnico en afinación.
La trayectoria musical de "Rabanito" es una de las más extensas y diversas de los músicos locales. Basta con nombrar algún músico del ambiente para encontrarse con "Rabanito" detrás. La lista de conjuntos y de grabaciones en las cuales ha dejado algo de su talento es larguísima. Entre muchos otros ha tocado con "Los Kings", "Silvia Infantas y los Cóndores", Segundo "Guatón" Zamora, Violeta Parra, "Las Morenitas", "Los Perlas" y "Los Chileneros". En forma más reciente ha integrado "Los Pulentos de la Cueca" y "Los Guatones de Oro de la Cueca". "Rabanito" además de prolífico es notablemente diverso, ya que a lo largo de su carrera se ha visto obligado a poner su acordeón al servicio de lo que le pidan.
El acordeonista fue una figura muy "nombrada" en la escena nocturna criolla de los cincuenta y sesenta. Actuó durante siete años en el Pollo Dorado y por otros siete en la "Posada Tarapacá", donde se presentaba frente a su propio quinteto.

Marcelo Somarriva Q.
Fotografía: J. F. Somalo
El Mercurio, Domingo 30 de Septiembre de 2001

viernes, 11 de mayo de 2007

Baucha: De lo urbano y lo divino


Bauchita, leyenda del folclor urbano

Baucha se llama Luis Araneda y no “Bautista”, como haría suponer su alias. No sabe cuándo lo comenzaron a llamar por ese nombre, pero indudablemente se siente cómodo y plenamente identificado con él, desde que tiene uso de razón.
Cuando don Luis era un niño de 5 años, su padre, dueño de una flota de carretones de carga, diariamente alineaba sus vehículos a lo largo de un sólido muro de ladrillos, que separaba la calle de la vía férrea, al costado poniente de la Estación Central.
Junto a sus dos hermanos mayores, Baucha hacía un trío de voces, muy celebrado por los transeúntes y comerciantes del sector. El menor de los Araneda derrochaba talento, sorprendía a los grandes con su personalidad y prometía ser algo más que el niño cantor de la calle Borja.
¡Sandías con canto! ¡Sandías con canto! gritaban los chacareros. Bauchita, encaramado en los carretones, entonaba melodías entre un cerro de frutas recién llegadas del campo. Las cuecas eran el alma del barrio y Baucha las cantaba con virtuosismo, tañando con sus pequeñas manos sobre cualquier superficie de madera o lata.
Aunque la calle y la Estación han cambiado significativamente en estos casi ochenta años que demarcan la vida de nuestro cantor, parte del muro frente al cual los Araneda instalaban sus carretones, aún se mantiene en pie. Son unos 30 ó 50 metros, atiborrados de placas de bronce y mármol, mensajes de gratitud, muchas flores marchitas, santos de yeso, fotografías y láminas religiosas. Todo cubierto por el hollín negrusco de las velas, que se derraman como un tapiz de cera sobre la vereda bendita y milagrera.
El muro guarda la memoria de Romualdito, animita de alguien que al perder su vida terrenal, se quedó para siempre entre el ladrillo y el cemento, en el aire, de ese tramo urbano, para apoyar a los desvalidos y curar a los enfermos. Aunque pocos saben quién fue, cuándo y cómo falleció, no hay nadie, ni el alcalde más osado, ni un urbanista modernizador, ni menos algún obrero de demolición, que se atrevería a tumbar el muro sagrado. Hoy, rodeado por un amenazante mega mercado y el ruido ensordecedor de motores en marcha, el muro se eleva como vestigio de la ciudad que Baucha nos relata. Una ciudad que ya no existe, de calles empedradas, vehículos tirados por caballos, de cantinas repletas de rotos atrevidos, cuchillo al cinto y una ramita de albahaca en la oreja, hombres bravos y pendencieros que se jugaban la vida en cada vuelta, al ritmo de la cueca tamboreada y estridente.
Los niños Araneda observaban por las ventanas de los bares o las casas de remolienda, escuchaban a los hombres agrupados en las esquinas, e intuían que en este ritmo y ese canto había un legado y un destino. Bauchita, soñaba con ser cantor de los grandes, y junto con memorizar versos y practicar la improvisación de melodías, retenía los nombres legendarios que servían de referente a un cantor principiante: el Negro César, el Cojo Paliza, Carlitos Godoy, el Chute Mandiola, Pedro el Guapo, el Preso del Puñal...
El niño no sabía que algún día sería el más grande entre los grandes, una leyenda viviente que representaría aquel mundo distante y romántico del que sólo quedarían un muro ennegrecido, su presencia intachable y esa voz que no envejece.
Es en esta calle San Borja, sobre estas mismas cuadras, donde nace, transita y aprende el drama de la vida Esmeraldo, personaje principal de Joaquín Edwards Bello en su clásico de la literatura: El roto. Un antecedente para reforzar el intento de reconstruir mentalmente los paisajes y personajes que modelaron la infancia de Bauchita.

El viejo Santa María

El señor Santa María, cuyo primer nombre Baucha no recuerda, pero sí que todos lo apodaban el viejo Santa María, era dueño de “coches pila” –especie de taxis colectivos tirados por caballos- y un buen amigo de Araneda padre. Era cantor y amante de la cueca este hombre de pañuelo de seda al cuello, sombrero alón, traje y modales elegantes, según lo recuerda Baucha.
Junto con enseñarle más de algún secreto en el oficio, el viejo Santa María advirtió el talento innato en el niño y lo incorporó a sus correrías desde los doce años, con el consentimiento de su padre.
-Vengo a buscar a Bauchita para que me acompañe a cantar a una fiesta.
-Claro, amigo Santa María, yo sé que el niño con usted está en buenas manos.
Así fue creciendo este cantor de barrios, el tañador experto, el cuequero que sabe elevar el pito (la voz) como nadie, que conoce un repertorio inagotable de versos antiguos, que también canta boleros, tangos y tonadas, el Baucha, ídolo y figura, fundador de Los Chileneros, junto al Nano, el Perico y el Mesías.
En rigor, fue el viejo Santa María quien los incentivó a él y a un joven Nano Núñez –aunque mayor que Baucha- a formar un grupo de cuecas “arrotadas”, chileneras o bravas y que tal vez fue el primero que existió en este estilo. Vestidos de jornaleros, con ojotas y un saco de harina colgado al hombro, obtuvieron una importante distinción que otorgaba la Municipalidad de Santiago a la originalidad en el rescate de las tradiciones, para unas fiestas de la primavera, a finales de la década del cuarenta. La ceremonia de entrega fue en el Palacio Cousiño pero, según recuerda Baucha, a pesar de haber sido muy elogiados por el alcalde y autoridades presentes, el premio, consistente en una suma importante de dinero, nunca se materializó.

Los Chileneros

El encuentro con Núñez es historia aparte. Se conocieron en una rueda de cantores en el Parque O'Higgins. Dice el propio Núñez que en ese primer acercamiento, Baucha le reprochó, su poca habilidad para el canto. Sin embargo se hicieron amigos y el destino quiso que no se separaran más. Recorrieron los arrabales de una ciudad menos extensa que la actual: la de la primera mitad del siglo pasado. Por Estación Central, el Mercado y la Vega, el Baucha con el Nano cantaron con relativo éxito en muchísimas casas de remolienda, conventillos, fondas, fiestas familiares, picadas, interpretando la cueca de bajos fondos, la “cueca brava”, como la describe Núñez, la que aprendieron en el barrio Estación, sector en el que ambos nacieron y se hicieron adultos.
Siguiendo una antigua tradición se unieron a muchas “ruedas de cantores”, las que se forman en torno al piano o la guitarra, donde cada cual demuestra las virtudes de su voz, su capacidad de improvisar, el sentido rítmico en el pandero y los platillitos, la memoria para los versos. No siempre estaban juntos, porque, después de todo, el cuequero tradicional no forma grupos. El cuequero se allega libremente donde hay cueca y se integra al círculo de cantores para lucir su talento, para vivir su pasión por el canto a voz en cuello, siempre al borde de su propio registro, como si fuera un alarido. Los buenos cantores elevan “el pito” con naturalidad y volumen. La voz resuena en el aire como un lamento o un pregón. Ese es el timbre apropiado para las buenas cuecas, técnica que Baucha aprendió, observando a los antiguos maestros y que domina como muy pocos cantores actuales.
Cuenta que a principios de los sesenta, se encontraba cantando en la quinta de recreo Rosedal, cuando coincidió con un grupo de investigadores del folclor reunidos para apoyar una campaña política del doctor Salvador Allende. Notó que lo observaban cantar, hasta que se le acercaron Margot Loyola y Héctor Pavez y lo invitaron a su mesa. Ahí conoció al productor de la casa disquera Odeón, el argentino Rubén Nouzeilles.
Fue el primer acercamiento con la posibilidad de llevar al disco esta música de arrabales, esta cueca brava, hasta entonces discriminada y desconocida para el ciudadano común.
Aparentemente, esta invitación no fue del todo espontánea, puesto que los investigadores habían escuchado los relatos y recibido la advertencia de lo urgente que era rescatar este legado en extinción, de parte de un dirigente sindical del Matadero, don Fernando González Marabolí.
El folclorista Pavez y el productor de Odeón reunieron a Raúl Lizama (el Perico) y Eduardo Mesías (el Mesías) con el Nano y el Baucha en ese primer disco que se llamó “La cueca centrina”, y que salió al mercado en 1967. Así nació el inmortal grupo Los Chileneros, que dejó una gran huella en la historia de la cueca chilena y del cual Baucha es una pieza fundamental.
Más tarde grabó otro long play junto a Nano Núñez y Carlos Espinoza (el Pollito), que se llamó “La Cueca Brava” con Los Chileneros. A este disco le siguió el denominado “Buenas Cuecas Centrinas” con Los Centrinos , grupo del que formaban parte el Perico y Luis Téllez, además de Baucha. Ya en la década del ochenta grabó con el Perico un clásico de la cueca urbana, sólo en formato de casete: “Cuecas Bravas por El Perico Chilenero y el Baucha”.
Los Chileneros en Vivo, a finales de los noventa, fue una producción en CD en la que por fin se reunía la formación original de Los Chileneros: Baucha, Nano, Perico, con la ausencia de Mesías que había fallecido hacía una década. Habían pasado más de treinta años desde de la primera grabación juntos.

Baucha, roto matarife

“Fue por el canto, dice Baucha, que me convertí en matarife”.
Fue en una fiesta donde estaban los mandamases del Matadero, quienes, luego de escucharlo cantar, le ofrecieron la posibilidad de tener un trabajo fijo, lo que le cambió la vida. Trabajó treinta años en el Matadero, con lo cual forjó su segunda identidad: el matarife Luis Araneda.
Baucha entiende que este canto es herencia del roto chileno, y lo afirma con indisimulado orgullo. Esa es, sin duda, la ascendencia social de los grandes cuequeros.
El origen del roto pudiera entenderse en el campesino que, abandonando el fundo, salió a los caminos en busca del “salario”, símbolo del modo productivo que traía consigo la Independencia. Ese tránsito entre la condición feudal de siervo de la tierra a hombre libre en busca de trabajo remunerado es, tal vez, el origen de la leyenda del roto chileno. Es, por lo tanto, el más audaz entre los huasos, el hombre que está dispuesto a romper con lo establecido para salir a desempeñar todo tipo de labores por ganarse el pan. Y trabajos hizo muchos, en la construcción de puentes y caminos, en la explotación de las minas, en los mercados, los mataderos, en miles de nuevos oficios que trajo el nacimiento y la consolidación de la República. Así es como el roto también se transformó en carne de cañón en la guerra o en carga social, en asaltante de caminos, en bandolero desalmado. Hay cuecas que le cantan a cada uno de los oficios y hazañas del roto chileno y Baucha sabe muchas. Y si no, las compone.
Nadie mejor que él representa este espíritu de una chilenidad poco documentada por la historia, pero que con valentía y orgullo se mantiene muy viva en círculos de “gente habilosa”, como describe nuestro cantor dicho ambiente. En la voz de Baucha hay más que cuecas. Está el universo del cancionero criollo latinoamericano, como siempre estuvo, en cada bar, en cada fiesta familiar a lo largo de una vida. Siempre con una gran marca de identidad nacional.
Por más que entone versos que hagan referencia al paisaje rural -como en la tonada Tierra Chilena, de Segundo Zamora- un bolero tropical o una habanera, siempre es reconocible el niño del barrio Estación Central. En los armónicos de su voz vibra el grito pregonero, del vendedor ambulante, del matarife, del cantor urbano que ha interpretado cuecas por sobre todas las cosas. Con esa identidad arraigada en lo más profundo de su ser, don Luis Araneda, alias Baucha, nos ofrece lo mejor de su repertorio en este trabajo, que destaca más por el trazo espontáneo y pleno de fuerza expresiva que por la perfección lineal y figurativa de la música popular contemporánea.
En el canto de las cuecas contó con la colaboración de un gran talento joven, que confiesa haber aprendido mucho escuchando sus discos desde niño. Es Luis Castro, miembro del grupo Los Chinganeros y sobrino de todo un maestro, que ha sabido darle un sentido metafísico a la cueca chilena: don Fernando González Marabolí, colaborador del académico Samuel Claro Valdés en la escritura de la obra “Chilena o cueca tradicional”, ediciones Universidad Católica, 1994. Un antecedente que vale la pena consignar. Y, tal vez, no sea malo hojear, para poner en contexto la obra de don Luis Araneda.
En el piano y la guitarra participaron, expresamente a solicitud de Baucha, sus amigos Aladino Reyes y Enrique Castillo respectivamente, músicos de bares y restaurantes en el barrio Estación Central, con quienes el maestro ha manifestado sentirse cómodo por el mutuo conocimiento del repertorio y el modo particular de interpretación.
La participación de otros músicos de apoyo, más abajo mencionados, es responsabilidad del productor musical.

UNA LEYENDA
“Baucha: de lo urbano y lo divino”

Un niño imaginario cruza el umbral de un conventillo inexistente y remoto, hacia la luz. Camina por calles empedradas de una ciudad que pronto perderá la memoria. Nos busca con su voz-pregón para regalarnos generosamente un verso que la historia oficial desconoce. Nos toca el alma y la bendice. Nos cobija en su rincón de siempre antes que se derrumbe el último muro que nos conecta con una patria y un Dios sobrevivientes.
Estamos en la esquina de Borja con Alameda de las Delicias. Un cantor de ruedas humanas mira el lente con la misma naturalidad y firmeza que su voz tocó nuestros sentidos. Nadie respire, la leyenda ha comenzado su viaje en busca de su propia vida.
Baucha cantará para siempre en nuestros corazones.
Gracias maestro.

Mario Rojas

Nota: Este texto está incluido en el disco: "De lo urbano y lo divino" de Baucha, grabado el año 2005 para el sello Chile profundo.

viernes, 20 de abril de 2007

La vieja ola: Rafael Traslaviña


Rafael Traslaviña tiene 80 años, de los cuales sesenta los ha pasado detrás del piano. De formación autodidacta -"orejero" como él dice- , su trayectoria es la característica de un músico de matriz jazzística que por razones profesionales y de formación ha tenido que derivar a toda clase de estilos: del swing a la cueca, de ahí al tango, los bailables y la música de boite; para volver a recorrer todo el camino de vuelta al jazz.
Traslaviña fue un miembro activo de las primeras generaciones del jazz chileno. Participó en las legendarias grabaciones de los "Ases Chilenos del Jazz", que se efectuaron entre 1945 y 1946 y fue un personaje habitual del club de jazz germinal que funcionaba informalmente en el Tabariz y en el cual brillaban entonces Luis Aránguiz, Ángel Valdés -"el Jack Teagarden chileno, que más encima era paco"- Mario Escobar e Iván Cazabón. De sus años dedicados al jazz le queda el recuerdo y cierta impronta en su manera de tocar. Una vez que abandonó el jazz derivó a estilos más bailables animando fiestas. Se ha convertido, como él mismo ha señalado, en el mejor pianista de cuecas y ha desarrollado un estilo singular de música de boite que registró en el álbum "Disco Boite", para el que también tocó Panchito Cabrera.

Marcelo Somarriva Q.
Fotografía: J. F. Somalo
El Mercurio, Domingo 30 de Septiembre de 2001

lunes, 2 de abril de 2007

Buenas Cuecas Centrinas, Los Centrinos. 1971

Historiología de la Cueca Centrina

La naturaleza de nuestra cueca se remonta a las viejas tradiciones culturales del Medio Oriente; y es la cueca centrina el canto gritado por los hombres, recordando los sagrados ritos de las sinagogas del Yemen y en la antigua Babilonia.
La cueca en sí es Centrina, por cuanto aventureros andaluces impregnados con la cultura árabe durante la invasión a España, se establecieron en las zonas del Aconcagua, Valparaíso y Santiago.
Su estilo melismático de canto “es como el grito que culebrea las ondas formadas por el viento en los caldeados arenales del Sahara". De allí que el canto liso y de tono bajo no corresponda a la verdadera del canto con melisma, y representa al proceso de deformación de la cueca, cuando ésta fue difundida por Chile entero.
El llevar el compás con las manos, el grito melismático, el arpa grande, el pandero, el apoyar la mano en un costado de la cara al cantar, lo trajeron a Chile los andaluces, pero todo ello corresponde a la herencia mora, puesto que se encuentra hasta en las viejas escrituras egipcias. Y como el cantar del beduino que habita en el desierto, andaba en boca del pueblo andaluz la copla, la seguidilla; por ende, el canto de la cueca brilla con el oro y la pompa oriental de la antigua Arabia.
La filosofía del canto popular pertenece al Pueblo, mestizo e indígena, cuya herencia la recibieron de los andaluces en aquellos 300 años oscuros de brutal coloniaje.
América se descubrió con naves y tripulantes andaluces. España realizó la conquista y el mestizaje a través de Andalucía. De allí que todo nuestro folklore tanto infantil como adulto, se hallen influenciados por el costubrismo Sevillano, donde además se encontraba la famosa casa de contratación que se denominaba “la Puerta de Las Indias”.
Así como España nos legó sus cantos y bailes, y el ejército de los Andes aportó el patrimonio cuyano, nuestra danza nacional fue exportada por los soldados de la escuadra libertadora al bloque Limeño, con el nombre de “chilena”.
Allí fue considerada “indecente” y le pusieron “la mona mala”, donde maquillada y siutizada recorrió los salones de América con el sintético nombre de “zamacueca”.
Nuestra cueca deformada y siutizada se cantaba en tonos bajos y lisos...

“zambita cueca peruana
quién te pudiera bailar
como te bailan las cholas
y en las alturas del mar”

La palabra vigente de Chilena o cueca “Centrina”, la fuerza salvaje con que se grita el canto, le han puesto el cuño que señala su lugar de origen. “Es tradición vernácula, tipismo nacional, tricolor del suelo patrio”.
En el Perú, su nombre de Chilena fue cambiado por el de Marinera, en honor a la marina peruana que peleaba en la guerra del Pacífico.

El Arte del Canto de la Cueca Centrina

Desde que el hombre canta, su melodía vocal pertenece a dos estilos diferentes de canto: El Silábico y el Melismático: El estilo de la cueca es el melismático; es decir, se repite la vocal para que con su ondulación el canto gritado constituya trinos y gorgoreos de melisma.
La melisma representa al sentimiento popular recóndito. Se aprecia en el “cante jondo”, donde su autor señala: “no es cántico ni canto, ES CANTE”
Del canto mismo. La cueca se canta en su forma más plena entre 4 personas. Al terminar cada estrofa que corresponde a un pie de la cueca, larga la voz arriba un nuevo cantor, el cual llevará el alto, puesto que en cada uno de los 4 pies de la cueca es una voz distinta la que predomina sobre el resto. De allí que, en todos aquellos arranques de cueca donde predomina una sola voz, y esta sea en tonos bajos y sin melismas, no se representará la esencia misma del patrimonio nacional.
Al canto que va arriba, “lo vigilan, cuidan y afirman”, una o dos segundas voces mientras una cuarta voz anima. A raíz de esto se dice que en la cueca “no hay primera sin segunda”, decir que por lo demás, la falta de conocimiento se ha tergiversado profundamente. Para producir una concordancia armónica, las segundas voces deben entrar con cierto retraso.
Respecto a las melodías, éstas son siempre más largas que los versos, por ende, se rellena con repeticiones de sílabas en el primer pie, y muletillas largas o cortas en toda la cueca. Todo ello, es influencia total de Andalucía. Es menester que la “avivada” en la cueca se adorne con floreos y piques auténticos, no con payasadas legadas por los circos que rondaron nuestros campos...

“Nitrito Nitrato
Sulfito Sulfato”

“Aserrucha Casimiro”..., corresponden a animaciones propias de los tonys, que se confunden erróneamente con los verdaderos adornos de nuestro baile y canto, el cual de no cantarse en tonos altos y melismáticos, sería cualquier cosa, menos cueca.
“Pegar el grito” es la corriente sanguínea, patrimonio folklórico legado del príncipe oriental; es el gorgoreo melodioso y fuerte de la garganta popular que atraviesa las calles santiaguinas, los cerros porteños, que atraviesa el PUEBLO.
La cueca en su canto y baile es un desafío. En el baile la pareja saca chispas del suelo; en el canto, es la lucha fiera, varonil y brava, por ver quién lo hace mejor.
Esto es, ha sido y será siempre la tradición de la Cueca Centrina, patrimonio nacional, capital de nuestro pueblo.

CONJUNTO LOS CENTRINOS

“Todo pueblo que pierde su tradición pierde también su nacionalidad”. De allí, un grito melismático de alerta para todos aquellos seudo-folkloristas, y a promover las raíces verdaderas de nuestra danza.“Exportemos cultura, que no nos inculquen modelos foráneos o neoestilos internos que socaven nuestro patrimonio”.
Esta introducción patenta al conjunto Los Centrinos, formado por personas de condición social heterogénea, pero que a través del folklore y la amistad soslayan diferencias y logran la excelsa integración.
El conjunto Los Centrinos está formado por las siguientes personas (en esta grabación intervinieron los 3 primeros cantores):
Raúl Lizama Músico por excelencia. Toca toda clase de instrumento. Une a ello una precisa voz con profundo sentimiento humilde.
Luis Araneda O. Trabajador del Matadero Municipal de Santiago, de origen humilde es tal vez la voz más sentimental más bella. Ejecuta con pasmosa pericia el pandero. Domina cientos de melodías y letras.
Luis Téllez Viera Industial marroquinero. Es un panderista de fuste. Posee una excelente voz. A ello une un amplio repertorio de letras y melodías.
Luiz Téllez Mellado Benjamín del grupo. Profesional universitario que además investiga las raíces de nuestro canto y baile. Domina un centenar de bellas melodías de cuecas centrinas.
Este conjunto, reúne a 2 ex integrantes de “Los Chileneros”. Ellos son, Raúl Lizama y Luis Araneda, cuyas sapiencias centrinas se completan con el extraordinario aporte de Luis Téllez padre, y la inquietud artística e investigadora de Luis Téllez hijo. Este último exponente, conoció al conjunto de Los Chileneros, cuando estos actuaban en la peña del Dúo Rey Silva, que funcionó por algún tiempo en Macul. Allí, interpretando cuecas y tonadas centrinas llegó a consolidar una sincera amistad con Lizama y Araneda.
Esta consolidación se concretó con el tiempo en un pilar fundamental para el progreso histórico e interpretativo de nuestra danza nacional. Por ello, hoy en día, Los Centrinos representan la expresión más amplia y genuina del canto patrio, el cual constituye nuestro patrimonio nacional.
Los Centrinos, desean manifestar públicamente sus sinceros agradecimientos al destacado investigador nacional Fernando González M. Este estudioso de la cueca, que también trabaja en el Matadero Municipal de Santiago, ha prestado una extraordinaria colaboración, sin cuyo aporte no se tendría el conocimiento auténtico de las raíces de la cueca centrina o Chilena.

Luis Téllez Mellado.

Nota: Este texto es la contraportada del long play: El Folklore Urbano Vol. VI, “Buenas Cuecas Centrinas”, del conjunto Los Centrinos, grabado el año 1971 para el sello Emi Odeón.

miércoles, 28 de marzo de 2007

La vieja ola: Eugenio Moglia


Eugenio Moglia, conocido como "el flaco Moglia", nació en 1935 en el barrio de Vivaceta. De sus padres heredó el gusto por la música y se recuerda tocando la guitarra desde muy niño. Sus primeras experiencias musicales fueron junto al conjunto "Fiesta Chilena", con quienes hizo sus primeras giras veraniegas a lo largo de Chile con el auspicio de la radio Corporación.
En los años sesenta integró junto a Alejandro González el grupo "Silvia Infantas y los Cóndores", con quienes hizo una gira de casi un año por las capitales más importantes de Europa. Entre sus recuerdos personales muestra fotos suyas y de su grupo paseando vestido de huaso por las principales capitales de Europa. En una aparece junto a Boris Karloff.
En los años setenta Eugenio Moglia integró junto a Patricio Liberona y Armando Zúñiga el grupo "Los Moros", en el cual también intervenía Jorge Yañez. Años más tarde formó en compañía de otros músicos el conjunto instrumental "Jacarandá".
Eugenio Moglia fue una figura importante de los años de mayor actividad folclórica en la capital. Cuenta que era necesario ser joven para aguantar tantos compromisos en los locales, radios y estudios de grabación. Moglia integró las orquestas del "Pollo Dorado" y la "Posada Tarapacá". Sin embargo, insiste en no quedarse con las añoranzas del pasado y prefiere dedicarse a promocionar su conjunto de guitarras "El Cuarteto Chile", que integra junto a Alejandro González, José Silva y su hijo Giordano Moglia, el único que ha heredado las dotes del padre.

Marcelo Somarriva Q.
Fotografía: J. F. Somalo
El Mercurio, Domingo 30 de Septiembre de 2001

martes, 20 de marzo de 2007

"La Cueca Centrina" de Los Chileneros. 1967


Amar al pueblo, amar al folklore y contemplarlo con mirada de poeta, es condición indispensable para todos los que trabajan en el arte del pueblo. Basándonos en este pensamiento de la coreógrafa del Conjunto de Danzas de la Unión Soviética Berioska, Naduzhda Nadezhdina, diremos que no tenemos autoridad para quitar o transformar lo único que tiene el pueblo: su música y su danza, que para nosotros tiene un arte y una belleza incomparable. Sólo el pueblo es el llamado a hacer las transformaciones, y el artista no es nada más que un intérprete de sus expresiones.
La presente grabación, la primera que se hace en su género, es un fiel reflejo de lo que decimos; a través de 18 cuecas, vamos a adentrarnos en el alma misma del pueblo, con toda su fuerza creadora.
Esta es la cueca “chilenera o centrina”, es el canto y la música del pueblo, que en Santiago y Valparaíso, enfrenta toda la avalancha de nuevos ritmos nacionales y extranjeros. Con ella el roto centrino de cuello duro, mantiene vivo el sentimiento de la chilenidad.
El origen de la cueca centrina es la transformación de la antigua zamacueca, que hicieron célebre las tres hermanas Pinilla, que llegaron, después de causar sensación en sus fondas de Petorca, a buscar escenarios más grandes a Santiago, en el año 1831, y un sitial más alto como el Parral de los Baños de Gómez de la Calle Duarte. Dice José Zapiola: Las Petorquinas realizaron en el arte una revolución más trascendental que la que ocasionaron en Italia los sabios emigrados de Constantinopla.
Su forma poética, sacada de la poesía popular española, tiene una medida fija, formada por una copla o cuarteta, que son 4 versos de 8 sílabas, luego un segundo pie, que es otra copla separada de la anterior por la pérdida de los versos, que son de 7 y 5 sílabas alternadas, el tercer pie es una cuarteta encabezada por el último verso de la segunda estrofa, con la misma medida; en estas tres cuartetas riman los versos pares, o sea, el segundo con el cuarto verso; para terminar, el cuarto pie o remate de la cueca, son dos versos de 7 y 5 sílabas que riman.
Los ripios y muletillas largas o cortas que se intercalan, pertenecen a la melodía, por lo tanto no alteran su forma poética de 14 versos. La animación que se hace dentro del canto se denominan piques y floreos, o “avivar la cueca”; casi siempre tiene un carácter eufónico, o sea, sonidos rítmicos tales como: tiqui tiqui tí, cala cala cá.
En la cueca intervienen 3 o 4 cantores. Cada cantor debe hacer primera y segunda voz. Para que la cueca no suene pareja por lo corto de la melodía que se repite 4 veces y media, se pone un cantor para cada pie. En el ambiente chilenero* o en las canchas * de la Vega, la Estación, el Matadero, el cantor entra en una fiera lucha de perfección, por quién hace mejor las cosas, quién sabe mayor cantidad de versos y más melodías, quién “saca” más entonado y alto, intenso y rítmico. Todos quieren sobresalir en los lotes* ninguno quiere ser menos que otro, y esta competencia los lleva a un mayor perfeccionamiento. Éste modo de “sacar”, melodioso e intenso, no tiene nada que ver con las lecciones y el estudio de los especialistas; la voz más completa que tenga todas las condiciones, no se compara a la tradición, que está fuera de todas las catalogaciones musicales, y el aprendizaje de la voz cultivada.
La cueca se canta gritada, como quien se para en el medio de la calle y grita para que escuchen todos: “Pego el grito en cualquier parte”, pero es un grito con melodía, un grito lleno de modulaciones. El cantor que a su turno lleva el alto o primera voz, trata de sacarle el mayor brillo posible, al pie que le tocó cantar, reflejando en la voz y el rostro toda la gracia, la malicia y la picardía de nuestro pueblo, que ve y vive el sentimiento del alma que está cantando.
Los instrumentos: Para el acompañamiento musical y rítmico de la cueca, se utiliza piano, acordeón, guitarra, batería y los 4 cantores con panderos. Todos los músicos son experimentados intérpretes chileneros, de lo contrario no pueden llevar el ritmo. En las canchas o picadas, donde reina la cueca, es suplida la falta de instrumentos, por un tarro parafinero, o una silla de madera terciada, 2 cucharas, dos platillos chicos de café y palmas.Los intérpretes de la presente grabación, son salidos del corazón del canto chilenero; son ellos.
Raúl Lizama. (El Perico) 34 años, toca piano, guitarra, acordeón, batería, pandero. Está considerado como uno de los más grandes cantores chileneros. Siendo hijo de cantores, empezó su arte desde temprana edad.
Luis Araneda. (El Baucha) Criado por la Estación Central, desde niño atraía la atención cuando tamboreando en los tapabarros de los camiones en que trabajaba, cantaba animadas cuecas. Es uno de los cantores que sabe mayor cantidad de versos y melodías. Une a su amplio repertorio un estilo de canto sentimental y al mismo tiempo intenso.
Eduardo Mesías. (El Mesías) Cantor brillante de hermosa y atractiva voz. Es comerciante muy querido por las canchas de la Vega y Vivaceta.
Hernán Núñez. (El Nano) Experimentado cantor. Es uno de los escasos compositores de versos de cuecas de calidad que tenemos. Famosa es su cueca La Guitarra, sus versos son solicitados por gran número de Conjuntos Folklóricos.

Vaya nuestra admiración y respeto, a los comerciantes de la Vega Central, polleros de la Estación, industriales del Matadero; en sus fiestas siempre están sonando los panderos, la guitarra, el “boca 'e caballo” (piano). Gracias a su estímulo y crítica se conserva la pureza del estilo.Este comentario pudo haberlo hecho con más propiedad el investigador Juan Uribe Echeverría, conocedor del estilo, pero el estudio más concienzudo, base de este trabajo, pertenece al investigador Fernando González Marabolí, obrero del Matadero, quien no ha escatimado ningún sacrificio por profundizar sus estudios de la cueca. A ellos, como a los cantores chileneros a quienes deseamos toda clase de venturas, Chile debe estarles agradecido.
Le dejamos pues, este “regalito” a los Conjuntos Folklóricos de Chile, para que beban de él las puras aguas de la tradición, aprendan y difundan el estilo del más auténtico cantar de la cueca.
El verdadero artista, que representa a su patria, no tiene la mente colonizada por la propaganda extranjera, no desprecia los valores nacionales y sus creaciones se inspiran en su propio pueblo, no basta autodenominarse -o que lo llamen- artista chileno, sino que hay que serlo.

Héctor Pavez.

Vocabulario.

Roto: No hay que confundir la palabra roto, con mal educado, ya que el roto personifica al criollo, culto o iletrado, pobre o rico, pero chilenazo ciento por ciento.
Lotes: Son grupos de personas del ambiente de la cueca chilenera.
Canchas o picadas: Lugares del ambiente chilenero.
Chilenero o Centrino: Músico o cantor de la llamada cueca o chilenera o centrina, que tiene su reino en los ambientes alegres de Santiago y Vaparaíso.

Nota: Este texto es la contraportada del long play: El Folklore Urbano Vol. III, “La Cueca Centrina”, del conjunto Los Chileneros, grabado el año 1967 para el sello Emi Odeón.