viernes, 28 de septiembre de 2007

“Hay intereses creados que le cierran el paso a la cueca”

Una de las cosas buenas que hace septiembre – a parte de despertar la primavera y avivar el rescoldo de la tradición – es sacudirle el polvo a la cueca, aunque ya sea un pálido reflejo de lo que fue en sus orígenes típicamente arábigos, cuando la bailaban los beduinos del desierto, muchísimo antes de que fueran construidas las pirámides de Egipto, tema que ha estudiado durante treinta años el ex matarife Fernando González Marabolí y cualquiera que lo escuche relacionando la cueca con la armoniosa geometría de nuestro sistema planetario y la absoluta concordancia entre el hombre y la naturaleza podría pensar que algo se le estaría aflojando a la altura de los parietales y entonces se equivocaría medio a medio, porque al hombre lo han escuchado disertar en la Universidad de Chile y el musicólogo Samuel Claro, vicerrector de la Universidad Católica, le dedicó con admiración y afecto un trabajo suyo sobre la cueca publicado en el Anuario Musical de Barcelona, de modo que un poquito más respeto por la cueca legítima y por Fernando González, uno de sus escasos pero incondicionales defensores, como se podrá apreciar en el curso de la siguiente conversación.

- ¿Usted tiene algún conocimiento sobre este tema?
- No más que lo que podría saber cualquier persona…
- Le pregunto, porque si no está bien a caballo en el asunto capaz que no me entienda lo que voy a decirle.
- Trataré de entender, no se preocupe.
- En primer lugar, la cueca es una obra de arte, un documento lleno de sabiduría y perfección métrica. Su música no tiene más que siete sonidos y todo lo demás, en total 48 compases, corresponde al desarrollo, porque todo se repite y por eso los árabes la llamaban “canto a la daría”, que significa canto a la rueda y todo lo que rueda no tiene fin, sólo vuelve a empezar. Los beduinos concibieron la música de la cueca basándose en el sistema planetario, que también tiene un sonido redondo, así como cuando usted hace sonar una cuerda de la guitarra y ese sonido golpea a las otras cuerdas y las hace vibrar y el sonido sale a rodar y, como le digo, todo es rueda en el universo y en la naturaleza: los astros hacen rueda al girar, el gallo corteja a la gallina haciéndole la rueda, y la mayoría de las frutas tiene forma redonda. Todo es rueda y todo se repite: el día, la noche, los meses, la primavera, el invierno; todo es ruedas y medialunas, como el ojo y los párpados y hasta el hombre nace de una rueda.
- Los beduinos entendían eso muy claramente. En la soledad del desierto, observando los astros, percibieron sus órbitas repitiéndose constantemente y comprendieron que la naturaleza repercutía dentro de ellos mismos en su métrica de sonidos y movimientos. Y entonces idearon el canto a la rueda, que era la forma más perfecta de expresar ritualmente lo que sentían, mediante el canto, la poesía y la danza; y la forma, además de conservar la sabiduría del desierto, que en muchos aspectos es hermética y secreta. No olvide que toda la filosofía está inspirada en los escritos árabes. Usted puede entender que no es casual que la cueca tenga cuatro partes como los cuatro puntos cardinales (dos estrofas, la copla y la seguiriya); que tengan que cantarla cuatro cantores y que se baile haciendo cuatro círculos que se repiten igual como se repiten las cuatro estaciones; pero ¿sabe por qué la cueca tiene cuatro pies?
- Francamente, no.
- Porque es una cosa viva y para moverse necesita cuatro patas.
- Entiendo.
- Además, la cueca auténtica tiene que ser cantada como la cantaban sus creadores, con una parte de la melodía hacia arriba y la otra hacia abajo; hacia arriba la voz indica fuerza, señala la vida, el esfuerzo; la muerte es hacia abajo, hacia la tierra. Además, el cantor no toca la guitarra, sino que se acompaña de puro pandero.
- ¿Entonces las cuecas que se escuchan ahora no tienen nada que ver con la tradición verídica?
- Yo diría que sólo se salvan las cuecas de Mario Catalan, que están bien hechas, pero mal interpretadas. ¡No sé cómo la gente puede bailar cuecas que son verdaderos mamarrachos, incluso algunas que hacen mofa de la tradición y que terminarán por destruir un aspecto muy importante de nuestra cultura.
- ¿Y cómo cree que reaccionaría la gente si tuviera la oportunidad de escuchar la verdadera cueca?
- Bailarían sin parar, porque la métrica de los sonidos que representan a la naturaleza están dentro de uno mismo y nosotros somos naturaleza.
- Si es así, ¿por qué la buena cueca no tiene difusión?
- Porque no puede defenderse de los ritmos importados. Hay intereses creados que le cierran el paso a la cueca. El único medio que ha publicado cosas a favor de la cueca ha sido El Mercurio. Desgraciadamente casi todos los buenos cantores ya se han muerto y lo que quedan se pueden contar con los dedos de una mano.
- Sé que usted es de los buenos…
- Eso era antes, cuando andábamos de farra. Ahora tengo 58 años y solamente canto en la intimidad, especialmente cuecas mías. Tengo muchas, incluyendo una que le hice a la María Ojos Verdes, gran cantora que ahora está en Argentina, y otra a la “Lolo” Dolores Muñoz, que fue la más grande de todas y que unos dicen que está muerta y otros que vive en Valparaíso.
- ¿Se acuerda de alguna de sus cuecas?
- Anote una que le viene como anillo al dedo a lo que hemos conversado. Dice así:
- “Con permiso, soy la cueca,/ reina de todos los cantos,/ y me tienen despojada,/ de los mejores encantos.
- “Yo soy la cueca patria,/ la más joyante, /y el que no me conoce,/ que no me cante.
- “Que no me cante sí,/ soy geometría,/ la fórmula del arte,/ y astronomía.“Del templo de la ciencia,/ soy la eminencia”.

Las Ultimas Noticias, Septiembre de 1985.

jueves, 20 de septiembre de 2007

El volcán y la cueca

En algún momento secuestraron la cueca. De lo que era volcánico, una hosca y fría montaña con centro de fuego, quedó la pura cáscara desnuda. El misterio sensual, medio andaluz y árabe, desapareció. Por suerte, ahora nos dimos cuenta.
Aunque Yves de la Goublaye de Menerval es francés, tan francés como su nombre, vive en Bolivia. Gran parte de su vida ha transcurrido en ese país y, como funcionario de la UNESCO hasta su reciente jubilación, conoce la cultura boliviana como pocos. Es más, fue quien estuvo tras la nominación de los bailes de Oruro como Patrimonio de la Humanidad.
Dueño de una memoria excepcional, hay que aprovecharlo, pero está aquí en Chile muy de paso porque tiene un hijo en una universidad local. Por supuesto, el tema de las danzas sale en la conversación. Es muy diplomático pero de alguna manera deja traslucir que el trabajo del BAFONA chileno le incomoda; deja ver que sus danzas pascuences le parecen una creación, un invento, "una caricatura", que no son danzas "tradicionales". Y, por supuesto, tampoco las diabladas nortinas... Lo único que le parece valioso, original, de interés internacional, es la cueca.
No es un fanático. Reconoce que en el norte de Chile hay grupos étnicos de origen altiplánico, incluso habitantes del altiplano que tienen todo el derecho de continuar con sus tradiciones, pero le molesta la modificación chilenizante de ellas. Falta investigación, dice. Comenta que son dos los países en América Latina que peor tratan su patrimonio, Costa Rica y Chile. Curiosamente, y en esto no hay casualidades, los dos tienen un alto nivel educacional "internacional".
Bueno, pensemos un poco en esa cueca de la que podemos hablar sin conflictos internacionales. De la Goublaye es el vicepresidente mundial de las asociaciones genealogistas del mundo y, por supuesto, el tema étnico le fascina.
Creo que hay dos modelos cuando hablamos de danzas, los de países donde hay fiestas y los de países que se expresan en la orgía. En los primeros la fiesta está siempre presente, el baile es cotidiano, el cuerpo se vive y se goza, la escultura también es abundante y sensual: como en la India, Italia y Colombia.
Los de la orgía son países más duros, de geografías más complejas. Hay más rigor, más cálculo, más esfuerzo por vivir; el baile no es tan frecuente y se necesita de la orgía para que se liberen las energías y se desaten las pasiones. La cultura tradicional chilena, la del Valle Central, la veo como una síntesis.
Por un lado tuvimos la dura vertiente castellana, áspera y recia, la del pueblo que inventó España e impuso su lengua en toda una variada península. El mismo signo tenían los de Extremadura, forjado en su larguísima guerra contra los árabes. Y también aquí las etnias picunche y mapuche, duras y resistentes, pero también orgiásticas a la hora de soltarse en eventos ocasionales que duraban varios días con abundante comida y bebidas. Si sólo fueran esas nuestras etnias constitutivas, tendríamos una identidad clara y específica.
Pero no hay que olvidar la andaluza. Y ésa es distinta. Es tan fundamental en nuestro origen, que cuando Luis Thayer Ojeda hizo su estudio del origen de los españoles llegados a Chile, le dio el primer lugar con el 20.5%. El andaluz no necesita de orgías; alegre y sociable, sensual y gozador, es de los que vive en fiesta. Es una etnia muy interesante, además, porque sus mismas características lo fueron alejando de la elite gobernante - dura y controladora - para expandirse y fusionarse con abundancia en el medio más popular. Se "chilenizó" con más rapidez.
Como se sabe, el sur de España tuvo a los árabes por casi ocho siglos, por lo que este influjo es muy determinante. Granada, Córdoba y Málaga nos hermanan con el árabe, lo árabe que es factor clave en el modo de ser andaluz.
La cueca original tuvo esa síntesis, entre la fiesta y la orgía, entre el control y el desate. Detrás de la estricta coreografía se colaba el espacio de la creación individual, detrás de los pasos medidos había un avance real sobre la mujer deseada, detrás del pañuelo pudoroso emergía una mirada femenina incitante; como la de una musulmana que, cubierta de pies a cabeza, salvo los ojos, aprendió a decirlo todo en una sola mirada.La cultura oficial, castellana, secuestró la cueca. La hizo fija, difícil, de reglamento. La despojó así de su esencia mestiza y dejó de satisfacernos en ese mismo momento. Se volvió europea, culta, previsible. Un rito reiterado. Ni baile de fiesta ni portal a la orgía.
La estamos recuperando, ahora, y no es casualidad. Es una buena noticia porque significa que estamos recuperando el equilibrio; no somos de la fiesta cotidiana, como en Brasil o Colombia, ni somos francamente orgiásticos. Somos mestizos. A veces nos desesperamos y queremos estar claramente en un extremo, pero es negar nuestra historia, nuestro origen étnico, nuestra identidad.
La cueca original tuvo esa riqueza única y propia. Por eso la celebra el experto francés, De la Goublaye. En ella se lee un modo de estar en el mundo, y no es casualidad que Gabriela Mistral escogiera para nosotros el símbolo del volcán. Somos una montaña hosca, fuerte, de cabeza fría de nieve y hielos, que contiene ardiente fuego en su interior. Un hombre que gira como si bailara solo, pero que no pierde de vista a la mujer que desea; una mujer altiva, casi indiferente, pero capaz de pasar a la acción - ojos incendiarios - cuando así lo desea.