viernes, 11 de mayo de 2007

Baucha: De lo urbano y lo divino


Bauchita, leyenda del folclor urbano

Baucha se llama Luis Araneda y no “Bautista”, como haría suponer su alias. No sabe cuándo lo comenzaron a llamar por ese nombre, pero indudablemente se siente cómodo y plenamente identificado con él, desde que tiene uso de razón.
Cuando don Luis era un niño de 5 años, su padre, dueño de una flota de carretones de carga, diariamente alineaba sus vehículos a lo largo de un sólido muro de ladrillos, que separaba la calle de la vía férrea, al costado poniente de la Estación Central.
Junto a sus dos hermanos mayores, Baucha hacía un trío de voces, muy celebrado por los transeúntes y comerciantes del sector. El menor de los Araneda derrochaba talento, sorprendía a los grandes con su personalidad y prometía ser algo más que el niño cantor de la calle Borja.
¡Sandías con canto! ¡Sandías con canto! gritaban los chacareros. Bauchita, encaramado en los carretones, entonaba melodías entre un cerro de frutas recién llegadas del campo. Las cuecas eran el alma del barrio y Baucha las cantaba con virtuosismo, tañando con sus pequeñas manos sobre cualquier superficie de madera o lata.
Aunque la calle y la Estación han cambiado significativamente en estos casi ochenta años que demarcan la vida de nuestro cantor, parte del muro frente al cual los Araneda instalaban sus carretones, aún se mantiene en pie. Son unos 30 ó 50 metros, atiborrados de placas de bronce y mármol, mensajes de gratitud, muchas flores marchitas, santos de yeso, fotografías y láminas religiosas. Todo cubierto por el hollín negrusco de las velas, que se derraman como un tapiz de cera sobre la vereda bendita y milagrera.
El muro guarda la memoria de Romualdito, animita de alguien que al perder su vida terrenal, se quedó para siempre entre el ladrillo y el cemento, en el aire, de ese tramo urbano, para apoyar a los desvalidos y curar a los enfermos. Aunque pocos saben quién fue, cuándo y cómo falleció, no hay nadie, ni el alcalde más osado, ni un urbanista modernizador, ni menos algún obrero de demolición, que se atrevería a tumbar el muro sagrado. Hoy, rodeado por un amenazante mega mercado y el ruido ensordecedor de motores en marcha, el muro se eleva como vestigio de la ciudad que Baucha nos relata. Una ciudad que ya no existe, de calles empedradas, vehículos tirados por caballos, de cantinas repletas de rotos atrevidos, cuchillo al cinto y una ramita de albahaca en la oreja, hombres bravos y pendencieros que se jugaban la vida en cada vuelta, al ritmo de la cueca tamboreada y estridente.
Los niños Araneda observaban por las ventanas de los bares o las casas de remolienda, escuchaban a los hombres agrupados en las esquinas, e intuían que en este ritmo y ese canto había un legado y un destino. Bauchita, soñaba con ser cantor de los grandes, y junto con memorizar versos y practicar la improvisación de melodías, retenía los nombres legendarios que servían de referente a un cantor principiante: el Negro César, el Cojo Paliza, Carlitos Godoy, el Chute Mandiola, Pedro el Guapo, el Preso del Puñal...
El niño no sabía que algún día sería el más grande entre los grandes, una leyenda viviente que representaría aquel mundo distante y romántico del que sólo quedarían un muro ennegrecido, su presencia intachable y esa voz que no envejece.
Es en esta calle San Borja, sobre estas mismas cuadras, donde nace, transita y aprende el drama de la vida Esmeraldo, personaje principal de Joaquín Edwards Bello en su clásico de la literatura: El roto. Un antecedente para reforzar el intento de reconstruir mentalmente los paisajes y personajes que modelaron la infancia de Bauchita.

El viejo Santa María

El señor Santa María, cuyo primer nombre Baucha no recuerda, pero sí que todos lo apodaban el viejo Santa María, era dueño de “coches pila” –especie de taxis colectivos tirados por caballos- y un buen amigo de Araneda padre. Era cantor y amante de la cueca este hombre de pañuelo de seda al cuello, sombrero alón, traje y modales elegantes, según lo recuerda Baucha.
Junto con enseñarle más de algún secreto en el oficio, el viejo Santa María advirtió el talento innato en el niño y lo incorporó a sus correrías desde los doce años, con el consentimiento de su padre.
-Vengo a buscar a Bauchita para que me acompañe a cantar a una fiesta.
-Claro, amigo Santa María, yo sé que el niño con usted está en buenas manos.
Así fue creciendo este cantor de barrios, el tañador experto, el cuequero que sabe elevar el pito (la voz) como nadie, que conoce un repertorio inagotable de versos antiguos, que también canta boleros, tangos y tonadas, el Baucha, ídolo y figura, fundador de Los Chileneros, junto al Nano, el Perico y el Mesías.
En rigor, fue el viejo Santa María quien los incentivó a él y a un joven Nano Núñez –aunque mayor que Baucha- a formar un grupo de cuecas “arrotadas”, chileneras o bravas y que tal vez fue el primero que existió en este estilo. Vestidos de jornaleros, con ojotas y un saco de harina colgado al hombro, obtuvieron una importante distinción que otorgaba la Municipalidad de Santiago a la originalidad en el rescate de las tradiciones, para unas fiestas de la primavera, a finales de la década del cuarenta. La ceremonia de entrega fue en el Palacio Cousiño pero, según recuerda Baucha, a pesar de haber sido muy elogiados por el alcalde y autoridades presentes, el premio, consistente en una suma importante de dinero, nunca se materializó.

Los Chileneros

El encuentro con Núñez es historia aparte. Se conocieron en una rueda de cantores en el Parque O'Higgins. Dice el propio Núñez que en ese primer acercamiento, Baucha le reprochó, su poca habilidad para el canto. Sin embargo se hicieron amigos y el destino quiso que no se separaran más. Recorrieron los arrabales de una ciudad menos extensa que la actual: la de la primera mitad del siglo pasado. Por Estación Central, el Mercado y la Vega, el Baucha con el Nano cantaron con relativo éxito en muchísimas casas de remolienda, conventillos, fondas, fiestas familiares, picadas, interpretando la cueca de bajos fondos, la “cueca brava”, como la describe Núñez, la que aprendieron en el barrio Estación, sector en el que ambos nacieron y se hicieron adultos.
Siguiendo una antigua tradición se unieron a muchas “ruedas de cantores”, las que se forman en torno al piano o la guitarra, donde cada cual demuestra las virtudes de su voz, su capacidad de improvisar, el sentido rítmico en el pandero y los platillitos, la memoria para los versos. No siempre estaban juntos, porque, después de todo, el cuequero tradicional no forma grupos. El cuequero se allega libremente donde hay cueca y se integra al círculo de cantores para lucir su talento, para vivir su pasión por el canto a voz en cuello, siempre al borde de su propio registro, como si fuera un alarido. Los buenos cantores elevan “el pito” con naturalidad y volumen. La voz resuena en el aire como un lamento o un pregón. Ese es el timbre apropiado para las buenas cuecas, técnica que Baucha aprendió, observando a los antiguos maestros y que domina como muy pocos cantores actuales.
Cuenta que a principios de los sesenta, se encontraba cantando en la quinta de recreo Rosedal, cuando coincidió con un grupo de investigadores del folclor reunidos para apoyar una campaña política del doctor Salvador Allende. Notó que lo observaban cantar, hasta que se le acercaron Margot Loyola y Héctor Pavez y lo invitaron a su mesa. Ahí conoció al productor de la casa disquera Odeón, el argentino Rubén Nouzeilles.
Fue el primer acercamiento con la posibilidad de llevar al disco esta música de arrabales, esta cueca brava, hasta entonces discriminada y desconocida para el ciudadano común.
Aparentemente, esta invitación no fue del todo espontánea, puesto que los investigadores habían escuchado los relatos y recibido la advertencia de lo urgente que era rescatar este legado en extinción, de parte de un dirigente sindical del Matadero, don Fernando González Marabolí.
El folclorista Pavez y el productor de Odeón reunieron a Raúl Lizama (el Perico) y Eduardo Mesías (el Mesías) con el Nano y el Baucha en ese primer disco que se llamó “La cueca centrina”, y que salió al mercado en 1967. Así nació el inmortal grupo Los Chileneros, que dejó una gran huella en la historia de la cueca chilena y del cual Baucha es una pieza fundamental.
Más tarde grabó otro long play junto a Nano Núñez y Carlos Espinoza (el Pollito), que se llamó “La Cueca Brava” con Los Chileneros. A este disco le siguió el denominado “Buenas Cuecas Centrinas” con Los Centrinos , grupo del que formaban parte el Perico y Luis Téllez, además de Baucha. Ya en la década del ochenta grabó con el Perico un clásico de la cueca urbana, sólo en formato de casete: “Cuecas Bravas por El Perico Chilenero y el Baucha”.
Los Chileneros en Vivo, a finales de los noventa, fue una producción en CD en la que por fin se reunía la formación original de Los Chileneros: Baucha, Nano, Perico, con la ausencia de Mesías que había fallecido hacía una década. Habían pasado más de treinta años desde de la primera grabación juntos.

Baucha, roto matarife

“Fue por el canto, dice Baucha, que me convertí en matarife”.
Fue en una fiesta donde estaban los mandamases del Matadero, quienes, luego de escucharlo cantar, le ofrecieron la posibilidad de tener un trabajo fijo, lo que le cambió la vida. Trabajó treinta años en el Matadero, con lo cual forjó su segunda identidad: el matarife Luis Araneda.
Baucha entiende que este canto es herencia del roto chileno, y lo afirma con indisimulado orgullo. Esa es, sin duda, la ascendencia social de los grandes cuequeros.
El origen del roto pudiera entenderse en el campesino que, abandonando el fundo, salió a los caminos en busca del “salario”, símbolo del modo productivo que traía consigo la Independencia. Ese tránsito entre la condición feudal de siervo de la tierra a hombre libre en busca de trabajo remunerado es, tal vez, el origen de la leyenda del roto chileno. Es, por lo tanto, el más audaz entre los huasos, el hombre que está dispuesto a romper con lo establecido para salir a desempeñar todo tipo de labores por ganarse el pan. Y trabajos hizo muchos, en la construcción de puentes y caminos, en la explotación de las minas, en los mercados, los mataderos, en miles de nuevos oficios que trajo el nacimiento y la consolidación de la República. Así es como el roto también se transformó en carne de cañón en la guerra o en carga social, en asaltante de caminos, en bandolero desalmado. Hay cuecas que le cantan a cada uno de los oficios y hazañas del roto chileno y Baucha sabe muchas. Y si no, las compone.
Nadie mejor que él representa este espíritu de una chilenidad poco documentada por la historia, pero que con valentía y orgullo se mantiene muy viva en círculos de “gente habilosa”, como describe nuestro cantor dicho ambiente. En la voz de Baucha hay más que cuecas. Está el universo del cancionero criollo latinoamericano, como siempre estuvo, en cada bar, en cada fiesta familiar a lo largo de una vida. Siempre con una gran marca de identidad nacional.
Por más que entone versos que hagan referencia al paisaje rural -como en la tonada Tierra Chilena, de Segundo Zamora- un bolero tropical o una habanera, siempre es reconocible el niño del barrio Estación Central. En los armónicos de su voz vibra el grito pregonero, del vendedor ambulante, del matarife, del cantor urbano que ha interpretado cuecas por sobre todas las cosas. Con esa identidad arraigada en lo más profundo de su ser, don Luis Araneda, alias Baucha, nos ofrece lo mejor de su repertorio en este trabajo, que destaca más por el trazo espontáneo y pleno de fuerza expresiva que por la perfección lineal y figurativa de la música popular contemporánea.
En el canto de las cuecas contó con la colaboración de un gran talento joven, que confiesa haber aprendido mucho escuchando sus discos desde niño. Es Luis Castro, miembro del grupo Los Chinganeros y sobrino de todo un maestro, que ha sabido darle un sentido metafísico a la cueca chilena: don Fernando González Marabolí, colaborador del académico Samuel Claro Valdés en la escritura de la obra “Chilena o cueca tradicional”, ediciones Universidad Católica, 1994. Un antecedente que vale la pena consignar. Y, tal vez, no sea malo hojear, para poner en contexto la obra de don Luis Araneda.
En el piano y la guitarra participaron, expresamente a solicitud de Baucha, sus amigos Aladino Reyes y Enrique Castillo respectivamente, músicos de bares y restaurantes en el barrio Estación Central, con quienes el maestro ha manifestado sentirse cómodo por el mutuo conocimiento del repertorio y el modo particular de interpretación.
La participación de otros músicos de apoyo, más abajo mencionados, es responsabilidad del productor musical.

UNA LEYENDA
“Baucha: de lo urbano y lo divino”

Un niño imaginario cruza el umbral de un conventillo inexistente y remoto, hacia la luz. Camina por calles empedradas de una ciudad que pronto perderá la memoria. Nos busca con su voz-pregón para regalarnos generosamente un verso que la historia oficial desconoce. Nos toca el alma y la bendice. Nos cobija en su rincón de siempre antes que se derrumbe el último muro que nos conecta con una patria y un Dios sobrevivientes.
Estamos en la esquina de Borja con Alameda de las Delicias. Un cantor de ruedas humanas mira el lente con la misma naturalidad y firmeza que su voz tocó nuestros sentidos. Nadie respire, la leyenda ha comenzado su viaje en busca de su propia vida.
Baucha cantará para siempre en nuestros corazones.
Gracias maestro.

Mario Rojas

Nota: Este texto está incluido en el disco: "De lo urbano y lo divino" de Baucha, grabado el año 2005 para el sello Chile profundo.

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