miércoles, 7 de octubre de 2009

El Huaso Altamirano

El Huaso Altamirano:

Su historia en tonadas
Don Egidio Altamirano lleva 24 años tocando canciones antiguas a pedido en el restorán Las Tejas de San Diego. Siempre con su acordeón a cuestas, ha sido testigo de los cambios en los gustos de los clientes a lo largo del tiempo, y es miembro estable del conjunto de cueca de Daniel Muñoz. Aquí cuenta parte de sus secretos para mantenerse vigente y activo a los 70 años.

“Shii, la pintita. ¿Vai a un matrimonio, Altamirano?”, le preguntan a don Egidio. Él sólo sonríe y toma su acordeón. Falta un par de horas para el lanzamiento del disco de Daniel Muñoz y los “3x7 veintiuna”, así que, mientras unos empleados barren el piso, otros prueban los micrófonos y otros terminan de atender a quienes piden más y más pipeño junto a la barra.
En su condición de músico estable del restorán Las Tejas, en San Diego 236, “El Huaso Altamirano” es una figura reconocida del lugar. Es habitual que, entre los barriles y cuadros populares que decoran el local, se oiga su acordeón y un canto gastado. Más aún hoy cuando, como miembro oficial de los “3x7 veintiuna”, tocará en vivo con ellos las cuecas que han hecho conocido al grupo.
“Yo soy Egidio Altamirano y su acordeón piano, directamente desde el gran restaurant parrilla Las Tejas de San Diego. Toco tangos, valses, boleros, rancheras, corridos, pasodobles, pasillos, sambas, cuecas, tonadas, merengues, baladas, cumbias, rocanról, fox-trot, salsas…”
A Egidio le gusta enumerar las cosas. Y es que tiene mucho que contar: de sus 70 años, 40 lleva dedicado a la música, y 24 de ellos tocando acordeón en Las Tejas, “amenizando el almuerzo y amenizando la cena”, como dice. Pero sólo de lunes a sábado, “porque los domingos se descansa”. Su método de trabajo consiste en cantar “a pedido”, yendo de mesa en mesa, de comensal en comensal.

¿Dónde trabajó antes de llegar a Las Tejas?
Uuuf, yo trabajé en los locales más famosos de Chile. Trabajé en Tarapacá, Bodegón, Hostería Providencia, Chito Faró, Capri, El Pollo Bravo, La Quinta de Caldera, La Quinta de Quilicura, El Germania… todos esos lugares que ya se acabaron. Aquí originalmente había un guitarrista, pero después se fue, me enteré que había una vacante y ocupé su lugar.

¿Qué es lo que más le gusta de trabajar aquí?
La gente que viene acá, que es toda seleccionada y me valorizan lo que hago yo, me aplauden y me pagan.

¿Por qué ese público es seleccionado?
Porque es todo parejo, aquí llegan universitarios, gente del ministerio, empleadas particulares, empleados fiscales, llegan familias enteras con guaguas y con niños, llegan de la fuerza aérea, llegan militares… es un establecimiento completamente selectivo, de toda capacidad de trabajo, de empresas, de todo.

¿Qué música le piden?
Lo que más me piden son boleros, porque les traen recuerdos de las cosas que les han pasado. Pero como ahora se está tirando para arriba la música chilena gracias a la cruzada de don Daniel Muñoz, muchos están pidiendo tonadas y cuecas. Así el público se está volviendo a integrar en la música chilena.

Es que ya no hay muchos locales que tengan ese tipo de música…
Sí, me acuerdo que “El Pollo Bravo” era famoso por poner música chilena. Pero después se murió el dueño y se terminó todo. Ya no había establecimientos que pusieran música chilena. Y todavía no hay.

Acordeón a pedido

Altamirano tiene un horario intenso en Las Tejas, de 2 a 4 y media de la tarde, y de 6 y media a 9 y media de la noche. Los viernes es aún peor: el local se repleta desde la 1 y media de la tarde hasta las 12 de la noche. Pese a su edad, pasa gran parte de ese tiempo de pie, cargando su acordeón Meistehaft rojo de 11 kilos. “Hay que quedarse porque se va renovando más rápido la gente, y hay que complacerlos a todos los que pidan más, aunque sea hasta las 12 de la noche”, dice.

¿Cómo lo hace para trabajar tanto? ¿No se le repiten las canciones?
Yo trabajo por pedido porque tengo repertorio para hacerlo. No soy como esos músicos que hacen una salida pa’ todos y después estiran la manga. El que no tiene repertorio se va a otro local y hace lo mismo siempre, pero yo no tengo necesidad de recorrer. Lo mismo que ganan ellos en tres locales lo gano yo en uno. Yo espero aquí nada más que se renueve el público, y a medida que se va renovando me van pidiendo música.

¿En qué otros lugares ha estado actuando?
Estuve con el ministro Puccio haciendo un evento en la Moneda por el lanzamiento del diario de la cumbre Huachaca, hace como cinco años. Y en Casapiedra con mi conjunto norteño y de huaso. También toco para los rodeos. En 30 años he ido a 50 rodeos, desde Vallenar hasta Osorno, con todos los intermedios: Temuco, Valdivia, Victoria, Pucón, Chillán. Y de por aquí, Lonquén, Putaendo, Las Condes, La Cisterna, Lampa, Calera, Limache, Llay Llay, Litueche, El Nogal, El Melón, Los Andes...

Se interrumpe un momento porque una pareja le pide una canción. Es “Ella ya me olvidó”, de Leonardo Favio, y don Egidio la va a tocar a su mesa con la maestría de quien lleva años haciendo lo mismo. Luego de eso, recibe un aplauso no sólo de la pareja, sino de todo el restaurant.

“Me gustaba el cachacascán”

Ahora retrocedamos unas décadas ¿Cómo fue su infancia?
Uuuh, la infancia mía fue fabulosa. Yo soy porteño, pero viví en Quilpué, en Viña, en Valparaíso, toda la vida metido en las olas y en Quilpué metido en los esteros. Comiendo de lo mejor del mundo, nada de chatarra. Toda una vida llena de alimentos vitamínicos.

¿Tan sano para alimentarse? ¿Era deportista?
Sí, a mí me gustaban todos los deportes. Gracias a eso cultivé mi cuerpo para poderme este acordeón de 11 kilos, y estar de pie varias horas sin que me pase nada en la columna ni nada, a mis 70 años. Yo era barrista, levantador de pesas, gimnasta, atleta, corredor, ciclista, futbolista, basquetbolista, boxeador, luchador…

Perdón, ¿dijo luchador?
Sí, me gustaba el cachacascán, que era como “Los titanes del ring”, pero más antiguo. Pero un día mi papá me dijo: “oye, si eso es puro teatro no más, está todo arreglado”. Y yo no le creía, pero era verdad. Y yo todo entusiasmado pensando que peleaban de verdad…

¿Y cómo se acercó a la música?
Me metí a la música por un compañero que era amigo de mi hermana. Llegó con una guitarra a mi casa, y yo tenía un acordeón que mi papá había traído de Alemania, porque mi papá era marino. Y ahí empecé a intrusear con los instrumentos.

¿Tuvo estudios formales de música?
Estuve tres años en el conservatorio, los años de la UP. Me retiré porque aprendía más escuchando que leyendo. Aparte de eso aprendí solo, no tuve maestros acordeonistas. Me adapté a todo lo que me decían los capos de esa época, en saxo, en trompeta, en guitarra. Y ahora yo doy clases.

¿Tiene algún hijo o nieto que le quiera seguir los pasos musicales?
No, menos mal que ninguno me salió músico, aunque a una nieta mía le gusta la danza. Ojalá se le pase pronto.

Justo en ese momento, Daniel Muñoz ingresa al restorán, rodeado de gente. Luego de hablar con el dueño, va directamente a saludar a don Egidio, como colega músico que es.
Mientras, el acordeón de Altamirano aún resuena en el aire de Las Tejas, entre el vaho del licor y el tabaco, con su tono de tiempos ya pasados:

Roto chileno, guapo y sufrío
Has sido por la vida nunca vencido
En cien batallas, la vida entera
Entrégate con gloria por tu bandera.


La Villa de don Egidio

Don Egidio no sólo puede hablar de música, sino también de historia. Esto porque fue fundador de la Población La Pincoya.
¿Cómo empezó todo eso?
Con mis colegas artistas nos hicimos amigos de un funcionario de la Municipalidad de Palmilla, y él nos ofreció si queríamos inscribirnos para los sitios que iba a haber en La Pincoya. Esto fue en 1969, en el gobierno de Frei. Y con mis compañeros nos inscribimos, y resultó, pero no como habíamos querido, porque originalmente La Pincoya no iba a ser Población: iba a ser Villa. Y como yo trabajaba en los mejores locales de Santiago, tenía la plata para pagar tremendas cuotas por el sitio. Cuando lo inauguraron el cartel decía “Villa La Pincoya”. Pero después en el gobierno de Allende echaron abajo el cartel y pusieron uno que decía “Población”.
¿Por qué hicieron eso?
Nadie sabe. No fue como habíamos pagado nosotros, pero igual quedamos bien porque está todo urbanizado, moderno y con locomoción hasta las 5 de la mañana. Antes era puro barro, puras plantaciones. Eso sí, si ahora fuera Villa, ¡puf!, estaríamos como condominio.
¿Y qué pasó después, cuando vino el golpe?
Ahí quedó la escoba. Allende le había dado a un montón de patos malos de Cerro Blanco la posibilidad de pagar un moco por tener un sitio en La Pincoya. Entonces, cuando llegaron los militares, sacaron como dos buses de gente, menos mal. Por eso esa limpieza estuvo buena, aunque lo que pasó después no.
¿Todavía vive en La Pincoya?
Sí, como todos los que la fundamos. Fue después que eso se llenó de viviendas desde el cerro, donde está la Cordillera de Colina que nos protege de los climas malos.

Francisco Ormazábal

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Un gran saludo para este acordionista de valor nacional...lo vi alli en las tejas y pesar de sus años canta muy bien...anima y ademas comparte con el público, cosa que otros no hacen.

Roter dijo...

Gran valor el maestro! Hemos estado en Las Tejas compartiendo con él. A cuidar a estos viejos lindos!

Criss Salazar dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.