viernes, 10 de julio de 2009

En la Vega y el Matadero, Cueca Chilenera: el canto del arrabal

La cueca chilenera es especial. Sus intérpretes descueran ganado en el matadero, cargan fruta en La Vega y ofician de peonetas en el puerto. De esos ambientes provienen los versos que cantan al roto, a Dios y a los males de amor. Pero, por sobre todo, sus letras son crónicas de su tiempo, que han convertido los sucesos noticiosos en genuinas leyendas.

En "Los Siete Espejos", en el "Nunca Se Supo" y en el "Pancho Causeo" se batieron alguna vez a duelo los más diestros genios de la cueca chilenera, que es la cueca urbana la de los bajos fondos, poblada de guapezas y desgarros.
El género ha sido cultivado por decenios durante el trasnoche, con artistas que lo practican con la misma pasión que el tango o el "blues": los chileneros tienen sus ídolos y sus círculos marginales y ocultos, y verlos subir y bajar del escenario es igual que presenciar la más agitada de las sesiones de jazz.
No obstante, la cueca que aquí se oficializó como baile nacional es otra la del campo, cantada por mujeres con guitarra y arpa.
De esa cueca campesina estilizada surgió la "música típica chilena, lírica y romántica", explica el musicólogo Juan Pablo González, coautor junto al compositor Luis Advis del volumen "Clásicos de la Música Popular Chilena", editado por la Sociedad Chilena de Autor, (SCD). González anota que dicha música es habitualmente interpretada por mujeres solistas o por conjuntos de huasos, y que se acerca más bien al concepto de espectáculo que al de folclor propiamente tal.
Los conjuntos de huasos "buenos para la cueca" no tienen, sin embargo, relación alguna con los cantores, músicos y poetas de la cueca urbana o chilenera: los chileneros descueran ganado en el matadero, cargan fruta en La Vega y ofician de peonetas en el puerto, desde donde salen sus temáticas y sus versos: les cantan al roto y al afuerino; a Dios y a los males de amor; pero, sobre todo, sus letras son crónicas de su tiempo, que han convertido los sucesos noticiosos en genuinas leyendas.
Distinta es incluso la "cueca chora" de Roberto Parra, que responde más bien a los requerimientos de la música popular con grabaciones y recitales. "En sus cuecas 'choras', Roberto Parra tomó elementos de la cueca urbana", señala Juan Pablo González; "pero esta última tiene su propia lógica, y no requiere de discos ni de presentaciones para existir", agrega.

Rayuela, Luche y Dominó

Dos son los elementos que caracterizan a la cueca urbana, y que provienen de la tradición arábigo-andaluza: el primero de ellos es su estructura poético-musical, con estrofas y versos basados en los números seis y ocho.
En el libro "Chilena o Cueca Tradicional" editado por la Universidad Católica, el musicólogo Samuel Claro indica que por milenios se han construido verdaderas fórmulas rituales con el seis y el ocho, que también se repiten en juegos populares como el luche, la rayuela y el domino, y que son posibles de verificar incluso en las decoraciones geométricas de algunas mezquitas musulmanas.
Otro elemento de raíz islámica que perfila a la cueca chilenera es la impostación de la voz, que produce un falsete característico. Dicha calidad tímbrica que los cantores llaman "buen pito" está asociada al pregón callejero, pero también está descrita en documentos de las escuelas de canto en los califatos de la España morisca.
Para impostar así la voz se debe tener "el cuello tieso, la garganta hinchada y las mandíbulas lo más abiertas posible", explicaba alguna vez el cantor y poeta Fernando González Marabolí. "Poniendo la cara fiera y arrugando el entrecejo, como fingiendo que ya va a largarse el llanto, logra sacarse el lamento y se refleja el alma viva", aleccionaba.

"Arrecúnchamelo y Arremángamelo"

A pesar de que ha habido mujeres famosas en las lides chileneras, como la María Ojos Verdes y la Chabela de Santiago, la cueca urbana es tradicionalmente cantada por un grupo de hombres cuatro, idealmente, que tocan instrumentos de percusión, como el tormento o el pandero, o que se las arreglan con cucharas y platillos a guisa de castañuelas; además de guitarra y arpa, se acompañan por el piano, la batería y el acordeón, y tres de ellos cantan por turnos los "pies", donde se ponen a prueba su destreza rítmica y su capacidad de improvisación.
Los cantores improvisan, sin embargo, sólo en las letras jugando con trozos de cuecas ya existentes, porque las melodías son similares y responden al mismo patrón. Y es el cuarto cantante quien vela por la precisión rítmica del grupo, rellenando los tiempos que faltan con sorprendentes muletillas llenas de picardía: además del característico "allá vá" de tres sílabas por ejemplo, están entre otras la "guachita" y la "monona"; de ocho sílabas, el "pobrecita la guaguita", y de doce, el "arrecúnchamelo y arremángamelo" en lugar del proverbial "allavá allavá allavá 'llaviene".

La tienda del príncipe oriental

Junto con Fernando González Marabolí, el octogenario Hernán "Nano" Núñez, prolífico cantor y poeta su libro pesía popular fue recientemente publicado por la SCD, ha sido uno de los más brillantes cultores de la cueca chilenera. Los han seguido en fama "El Baucha" (Luis Hernán Araneda), "El Perico" (Raúl Lizama), "El Mesías" y "El Pollo" (Carlos Espinoza); y Carlos Godoy, Mario Catalán y "El Rafucho". González Marabolí fue matarife y Núñez trabajó como motero, boxeador y contador de sandías; y es que los cuequeros más fogueados surgían en los lugares de acceso de los productos agrícolas, donde se cruza el campo con la ciudad.
No obstante, hasta el siglo pasado era difícil distinguir lo urbano de lo rural en sectores bajos de Santiago. Así por ejemplo, se cantaba en las carretelas engalanadas con flores y frutas, hasta donde llegaban los invitados con tiras de chunchules y de malayas para hacer durar la fiesta.
Y las fondas, que en algunos momentos tapizaban la Alameda de las delicias, y que en su origen no son más que la tienda del príncipe oriental tejidas con pelos de cabra y rodeada por mantas para conservar la acústica, eran conocidas por los parrales, las higueras y los nogales que las protegían del calor del verano.

Los Pironca de Franklin

Lo que vino después sin embargo, tuvo visos menos campestres y más arrabaleros: se trató de las "casas de canto", como la de los Pironca en el barrio Franklin. Los Pironca eran dueños de micros y camiones, y cerraban la casa durante una semana entera para celebrar las fiestas en las cuales eran las mujeres quienes laceaban a los hombres con su pañuelo.
En las "casas" se bailaba también la guaracha y el tango, aunque hernán Núñez recuerda que la cueca era la más apasionante y que en ocasiones, "era más 'entusiasmado' oír cantar que ver bailar. Era difícil el canto cuando se juntaban los 'jotes'; cada uno quería voltear al otro y de garra, era peor que la paya", sentencia.
Sabe de peleas Hernán Núñez, que creció en un "conventillo del diablo" como se les decía a las "cités" frecuentadas por riñas y canto. Campeaba allí la figura del "gallo", al cual la cueca chilenera está indisolublemente ligada: "Se trata de un líder en la cultura popular urbana, y se caracteriza por su bravura, por su destreza en el manejo de la cuchilla y del naipe, y por su resistencia al acohol", señala Juan Pablo González.
El "gallo" protagonizó innumerables relatos de aventuras en las barriadas, y también en la edificación de caminos y líneas ferroviarias; se cuenta incluso de personajes que trabajaron en la construcción del Canal de Panamá, y de otros que partieron tras el oro de California, dejando un reguero de matonaje y ajusticiamiento.
"Me decía una mujer/ que también fue del ambiente/ 'y pensar que por la cueca/ haya muerto tanta gente' ", concluye Hernán Núñez; y es que la cueca chilenera se defiende a pandero y navajazos que en partes iguales, mezclan la vida con la pasión y la muerte.

Verónica Waissbluth
21 de Septiembre de 1997
El Mercurio